sábado, 30 de diciembre de 2023

Un cuchillo entre los dientes

 
António José Forte (1931-1988)

 i

En el sueño, un niño yo arroja un palo con toda la fuerza que guarda en su pequeño cuerpo. Un perro negro, grande, de apariencia bonachón, va corriendo hacia él. Tú sales corriendo en dirección contraria. Sabes que hay algo más... Mientras corres, te giras y ves al perro, que ya es otro, correr hacia ti con un brazo ensangrentado en la boca.

Despiertas de repente. Tienes veinte años y pareciera que llevaras durmiendo un siglo. Pero no es así. Te has pasado toda la noche trabajando en ese bar que te está quitando la vida y has caído en la cama, apenas dos horas antes, como si estuvieras muerto. Y quizás lo estás, te dices mientras cierras la cafetera como si fuera una bomba de mortero.

Pero cuál es tu trinchera.

ii

No sabes dónde te encuentras. Seguramente sea una biblioteca, pero ignoras cuál. Hojeas un libro. Te detienes en la página donde se reproduce un cartel de la Gran Guerra: un soldado alemán, con un cuchillo entre los dientes, se arrastra por el suelo sin dejar de mirarte... Será precisamente entonces cuando empieces a escribir aquel relato sobre el coleccionista de rostros deformes; una pasión secreta que oculta a su mujer y que, sin saber muy bien por qué, le hace sentir culpable. Una culpabilidad con olor a gas mostaza.

iii

Abres un libro un año después: «aquí estás tal cual / eres exactamente tú el perro joven que nadie esperaba»; los versos de António José Forte destellan en la penúltima noche de este año al que has llegado vivo y todavía sin miedo. 

Un cuchillo entre los dientes y otros textos. Un compañero de La Torre Magnética lo pone entre mis manos como si fuera un arma. Yo lo abro como quien le quita el pañuelo a una bola de cristal. 

Leo cada página con la sensación de haber sido bendecido con una suerte extraña, oscura y prodigiosa, que no acabo de entender, y que me hace salir indemne, si acaso algo magullado en las mejillas, tras leer estos poemas llenos de fuerza, magia y belleza.

iv

Miro al perro a la cara. Abre la boca y deja caer un brazo. Ladra. Se acerca a mí y le acaricio el lomo. No sé quién perdona a quién... El brazo, que primero fue palo, ahora es cuchillo y después serpiente. 

Te lo recuerda Forte: «Si todavía puedes oír la caracola de la infancia / oirás con certeza la señal de la partida». A qué esperas. 

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