sábado, 31 de agosto de 2024

Manos de arena

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El personaje se mira las manos. Lleva mucho tiempo sin escribir y ni siquiera sabe por qué se sienta de nuevo frente al teclado. Sabe que tiene cosas que decir, pero, con tanto ruido, cada vez le incomoda menos el silencio, la invisibilidad, el tranquilo correr del tiempo de la rutina... Pero ahí está de nuevo, con las manos sobre las teclas, con el cuaderno de notas sin estrenar y lejos de la presión de antaño.

No se trata, se dice, de cumplir aspiraciones. Tampoco de trascender. De la playa se ha traído una piedra blanca y la imagen de sus huellas en la arena, desapareciendo, trazando un rastro efímero. Precisamente, durante uno de esos paseos ha pensado en que, frente al deseo de trascender, siente la necesidad de hacer cosas con significación. Tal vez por eso se ha sentado frente al teclado; porque quiere llenar de sentido el tiempo. Porque desea escapar del brillo errático de las pantallas. Porque ha comenzado a darle valor al tacto.

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El personaje, ahora, se toca las manos. Son manos jóvenes, de piel oscura y dedos pequeños. Con esas manos, piensa, puede escribir historias, cuidar del jardín, acariciar a su mujer, darle la vuelta al reloj de arena... Con esas manos puede envejecer. Y ese poder es el único que le interesa.

Por la ventana abierta se cuela el ruido del vecindario. Se escuchan risas, el griterío de un grupo de niños jugando al fútbol, la conversación cómplice de dos mujeres jóvenes, una botella que se descorcha, una televisión que se enciende, un vaso roto, un portazo... El personaje escribe algo relacionado con el valor de la observación. Esconde ese mensaje en un pequeño cuento sobre un adolescente al que le cuesta dormir y que sólo concilia el sueño si rememora con detalle qué ha hecho durante el día; una historia sencilla, con un principio torpe y un final abierto, inesperado, que acaba de un tirón y no corrige.

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El personaje sabe que todas esas ficciones no irán a ningún lado. No serán leídas. No le robarán el descanso a nadie. Con media sonrisa, cierra el documento de texto, apaga el portátil, guarda el cuaderno de notas, que sigue en blanco, en un cajón. Saborea, una vez más, esa sensación placentera, cálida, de reposo y tranquilidad, que desde hace algunos meses le sorprende cada vez que hace algo sin esperar un resultado inmediato. Luego sale al balcón, abre una silla y observa cómo se hace de noche mientras se toma una cerveza. El cielo se ha cubierto de nubes. La presentadora del tiempo ha dicho que a las cuatro de la mañana empezará a llover.

sábado, 13 de julio de 2024

Eva Justin o la antropología del mal (II)

  Eva Justin [Loli Tsechei] en un campamento romaní de Austria

 «Temo que Auschwitz solo esté durmiendo»

Ceija Stojka

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Sonriente, perfumada, bien vestida. Zapatos limpios y piel blanca. Así, con esa pinta intachable, siempre cargada de regalos fruslerías para las mujeres, caramelos para los niños—, se presentaba Eva Justin en los campamentos gitanos de Austria. Pero su nombre, cuenta Ceija Stojka en Esto ha pasado, no era ese. O al menos no era el nombre por el que se la conocía. Porque la llamaban Loli Tsechei.

La mujer de los dos nombres lograba hacerse amiga de las mujeres del campamento. Les llenaba la cabeza de palabras que no conocían y les pedía favores. Que le respondieran a unas preguntas. Que le mostraran las manos. Que le dejaran ver cuál era el color de sus ojos. Que se cortaran un mechón de pelo. Que les dejara medirles algunas partes del cuerpo.

Si hubo sospecha detrás de aquellas peticiones, jamás lo sabremos a ciencia cierta. Lo que sí sabemos es que los gitanos tenían miedo. Desde 1938, tras la anexión de Austria por parte de la Alemania nazi, la población romaní fue obligada a concentrarse en varias zonas determinadas por las autoridades; campos rodeados por alambradas bajo vigilancia policial. Del campo solo salía y entraba a su antojo una mujer paya: Eva Justin.

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Nuestro personaje, el investigador español que vive en Berlín, sigue sin blanca y pasa frío en una pequeña habitación del extrarradio de la capital germana. También teme la noche. Cada día le asedia la misma pesadilla: su madre le llama al teléfono y él no se lo coje; luego la ve acercando una silla a la ventana, subiéndose a ella, mirando el abismo, saltando sin pensarlo mucho... Es lo que quiere olvidar. 

Esa mañana repasa algunas notas de lectura. Quiere saber cuál fue la secuencia exacta. Cómo Eva Justin se ganó la confianza de las gitanas. Cómo realizó sus ejercicios antropométricos. Cómo elaboró una teoría racial en base a ellos. Cómo su trabajo, pretendidamente científico, justifico la persecución, arresto y posterior asesinato de miles de gitanos, incluidos niños y niñas. 

Cerca de medio día, escucha un ruido fuera, en la calle, y sube la persiana. Un grupo de jóvenes de Alternative für Deutschland, acompañados de un furgón con megafonía, anuncian para esa noche la celebración de un mitin electoral. Nuestro personaje cierra la ventana y retoma el trabajo, aunque le resulta difícil volver a concentrarse. Y si Auschwitz solo estuviera durmiendo, murmura para sí.

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Eva Justin saca un caramelo del bolsillo, se lo entrega a un niño. Luego pide una silla, le dice a la madre del niño que se siente en ella. Saca entonces un aparato extraño y le mide la nariz, le mide las orejas, le mide la distancia entre los ojos, le mide la frente, le mide otras partes de la cabeza. Cuando guarda sus instrumentos, lo apunta todo en una pequeña libreta negra y vuelve a su casa. Con todas esas notas, escribe un cuento. Es un cuento de terror. La historia que cuentan los policías de la Gestapo para arrestar a los gitanos, para llevarlos a los campos, para esclavizarlos, para matarlos en las cámaras de gas. 

Ceija Stojka se libró por poco.

domingo, 14 de abril de 2024

La espectralidad del cuerpo

 
Fotografía de Jordi Flores perteneciente a la serie Ignacio y Jessica.

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La espectralidad de nuestro propio cuerpo. Un cuerpo que solo aparece cuando siente dolor, cuando se muestra viejo, cuando cae sobre sí mismo por el cansancio. Porque el cuerpo, hoy, pareciera haber desaparecido. Se muestra, sí, cuando lo ponemos a producirse en el gimnasio o ejecutando el enésimo programa de entrenamiento con que probamos a ponernos en forma... A ponernos en formación.  

Porque hay un triple mandato: Tienes que estar sano. Tienes que cuidar tu cuerpo. Tienes que cuidar tu mente.

Pero sanos para qué. Qué puede significar, hoy, cuidar de nuestro cuerpo y nuestra mente que no sea otra cosa que estar en condiciones para producir, consumir... y venderse, ya que nuestro propio cuerpo se ha convertido en marca.

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La espectralidad de nuestro propio cuerpo. Un cuerpo sepultado bajo las ruinas de los continuos requerimientos, de la presión constante, del sordo malestar que nos produce no llegar a nada, hacer las cosas mal. Un cuerpo tachado, preso, en las listas de tareas diarias. Un cuerpo dopado de adrenalina que engulle el malestar y trata de ignorar su angustia.

Y así las cosas, la nostalgia del cuerpo. La añoranza de un cuerpo, consciente de sí mismo, que se sienta tranquilo, en calma. Un cuerpo sereno al que no le importa confundir paz con libertad. Se comprende así nuestra tendencia a identificar felicidad con tranquilidad, seguridad y tiempo para nosotros mismos. Una utopía estoica que, ahora sí, se antoja enajenada de cualquier proyecto de transformación social emancipatorio. Hablamos, por tanto, de una derrota del socialismo en el plano del imaginario: porque el anhelo de bienestar es la otra cara de la renuncia al conflicto.

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Miles de pantallas engrasan la maquinaria del consumo, crean identidades líquidas, alimentan una sociabilidad superficial que rehúye los compromisos y cimenta nuestro egotismo, pero son incapaces de ocultar la verdad del cuerpo. Envejecemos.

Nos negamos a reconocer las reglas del juego, las que marcan qué cuerpos son visibles y cuáles no. Solo pensamos en ellas cuando se hacen sólidas, cuando nos sentimos excluidos, al otro lado de la norma. Y es entonces cuando tenemos la oportunidad de ver todos aquellos cuerpos invisibilizados. Cuerpos vivos y cuerpos muertos. Los cuerpos de las trabajadoras que ponen la comida en nuestros platos, jornaleras migrantes enterradas bajo el plástico de los invernaderos. Los cuerpos arrugados de los ancianos, sí, pero también los cuerpos necesarios, imprescindibles ahora, de sus cuidadoras. Los cuerpos muertos de las miles y miles de personas sepultadas en la fosa del Mediterráneo. Los cuerpos desaparecidos de los asesinados por el fascismo... Los cuerpos de aquellos y aquellas que se lo jugaron todo por la Revolución.

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Una genealogía de nuestros cuerpos muertos, eso necesitamos. Y también una mirada desafiante y compasiva que se niegue a mirar a donde ellos quieren. Una mirada que tome conciencia de la materialidad del cuerpo y actúe en consecuencia.  

domingo, 24 de marzo de 2024

Manuel Escorza del Val: ecos editoriales de una pequeña historia

Manuel Escorza del Val, junto al resto de la Delegación Juvenil Libertaria, en el Congreso Internacional de la Juventud, celebrado en Ginebra (Suiza). En Juventud Libre, número VI, 19/09/1936 (Madrid).

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Hace tiempo tenía un blog donde escribía sobre historias relacionadas con Piedra Papel Libros, nuestro pequeño artefecto editorial. Se llamaba Diario de un editor de piedra y la última entrada es del 28 de diciembre de 2021. El post que escribo ahora sería típico de los que escribía allí. En todo caso, cualquier sitio es bueno para hablar de Manuel Escorza del Val.

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Hace siete u ocho años, no lo recuerdo bien, llegué por azar a una revista digital de historia, Instinto Social se llamaba, donde me topé con un artículo de título sonoro y enigmático que aludía, además, al clásico de Juan García Oliver: «El eco de las muletas. Una aproximación a Manuel Escorza del Val». Firmaba el texto Víctor Malavez y el protagonista del relato me sonaba ligeramente, quizá de haberme topado con su nombre revisando el Archivo CNT.

El caso es que leí el artículo de un tirón y me quedé fascinado por la historia. Recuerdo que era fin de semana y que tuve tiempo para tomar algunas notas. El artículo no dejaba de ser una revisión bibliográfica que, a modo de estudio preliminar, ponía encima de la mesa qué se había dicho de Manuel Escorza y de su servicio de investigación a las órdenes de las regionales catalanas de la CNT y la FAI, pero dejaba entrever que el autor ya había trabajado con algunas fuentes primarias y que había mucha tela que cortar en el tema de los servicios secretos vinculados al movimiento libertario.

Dejé reposar la lectura un par de semanas y revisé si ya se había publicado alguna biografía sobre el personaje en cuestión. Una vez me cercioré de que no se había publicado nada, me puse en contacto con la revista y pude hablar por primera vez con el autor del texto, que utilizaba por entonces el pseudónimo que mencionaba antes. Detrás de Víctor Malavez se hallaba Dani Capmany, un historiador sin apenas obra publicada, que llevaba varios años persiguiendo el rastro del responsable de la Comisión de Investigación encargada de ventilar algunos de los asuntos más incómodos para las organizaciones libertarias en el contexto de la Revolución Social desatada el 19 de julio de 1936.

Nos pusimos de acuerdo muy pronto y tras una revisión del texto, publicamos el libro en 2018. El eco de las muletas despertó el interés de varios periodistas, pero fue el artículo «Cómo un "tullido lamentable" creó el servicio secreto anarquista durante la Guerra Civil», de Fermín Grodira (Público, 28/10/2018), el que lo puso en el punto de mira de un buen puñado de lectores interesados en la trastienda del proceso revolucionario.

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La publicación del libro no solo consiguió que la figura, prácticamente desconocida hasta la fecha, de Manuel Escorza del Val, empezara a desvelarse, sino que permitió actualizar los debates sobre los límites de la Revolución y las terribles exigencias que plantea un proceso de transformación social donde una organización que ha peleado siempre contra el Estado, la CNT, adquiere una posición de liderazgo que le permite controlar, incluso, buena parte de los resortes de poder de la vieja institucionalidad.

En todo caso, la recepción del libro también se vio condicionada por las limitaciones de una obra que, tal y como se explica en el subtítulo, no dejaba de ser una aproximación al tema. Algunos historiadores pusieron encima de la mesa la ausencia de trabajo con fuentes primarias y otros lectores advirtieron que el libro se quedaba corto como biografía política. Críticas legítimas que nos hicieron pensar en la necesidad de publicar un estudio de mayor profundidad que fuera fruto, ahora sí, de todo el trabajo acumulado por Dani Capmany tras muchos años de patearse archivos, contrastar informaciones y buscar datos veraces en un campo de estudio, el de los servicios secretos, donde buena parte de la documentación ha sido producida con fines interesados y desinformativos.

Quemar a Troncoso. Inteligencia libertaria en la Guerra Civil Española nace de ahí. Un texto de más de setecientas páginas, que fue creciendo poco a poco, y que nos ha costado mucho trabajo sacar adelante. Primeramente, porque apenas si tenemos tiempo para trabajar en la editorial. Y después porque no estamos acostumbrados a trabajar originales de tal envergadura; textos que, además, requieren un minucioso proceso de corrección y obligan a elegir muy bien el formato del libro. 

Dicho esto, estamos seguros de que todo el esfuerzo desarrollado por ambas partes, autor y editores, va a merecer la pena. Con tantos libros publicados sobre la Guerra Civil, es una satisfacción echar a rodar una obra que camina por territorios prácticamente inexplorados, abriendo un sendero por el que acceder a una parte de la historia del movimiento libertario que apenas si se ha contado y a la que solo han querido aproximarse ―con más pena que gloria, eso sí los enemigos de la Revolución.

sábado, 27 de enero de 2024

El fecundo legado de Philomena Franz

Philomena Franz me mira desde el otro lado de la pantalla. Tenía una cita con ella desde hace bastante tiempo. Su libro ha sido uno de los que más me han sacudido de los últimos meses y no quería guardarlo sin anotar previamente unas líneas en el blog. Precisamente hoy se celebra el Día en Conmemoración de la Víctimas del Holocausto. Hoy, cuando las bombas no paran de caer sobre Gaza y el Estado de Israel prosigue con su limpieza étnica. Hoy, cuando buena parte de la población judía aplaude el genocidio palestino y otros tantos miran para otro lado, como si no fuera con ellos, exactamente igual que hicieron los alemanes cuando millones de judíos eran asesinados en las cámaras de gas. Hoy, cuando a pesar de las amenazas, la represión y el señalamiento público, no son pocos los judíos que alzan la voz contra el crimen y la ignominia.

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Llegué a Philomena Franz a través de otra mujer gitana, Ceija Stojka. Las dos pasaron por los campos de concentración nazis, las dos estuvieron al borde de la muerte, las dos sobrevivieron y las dos acabaron narrando sus vivencias en varios libros y documentales. Philomena Franz lo hizo antes, en un libro maravilloso publicado en España por Xordica: Entre el amor y el odio. Una vida gitana; en una edición al cuidado de la investigadora María Sierra, autora también de El holocausto gitano.

Medio millón de gitanos fueron asesinados por los nazis hasta 1945. La tragedia del pueblo romaní no recibió, ni de lejos, la merecida consideración que el holocausto judío. Lo cuenta María Sierra en el epílogo del libro:

Lo que sucedió en la posguerra con los sinti y los romaníes perseguidos por el nazismo fue muy distinto: la justicia alemana negó durante mucho tiempo que hubieran sido perseguidos colectivamente durante el nazismo por motivos raciales o ideológicos, considerando por el contrario que en la mayoría de los casos la detención habría sido realizada dentro de un legítimo combate gubernamental contra la delincuencia.

Terrible. Sin embargo, el valiente testimonio de mujeres como Philomena Franz y la lucha decidida de las asociaciones gitanas, lograron que el Porrajmos, el holocausto gitano, no fuera barrido de la historia. Aunque, a pesar de lo anterior, me sigue pareciendo increíble que apenas si podamos encontrar información en internet sobre Joseph Eichberger, uno de los principales instigadores del genocidio romaní, el doctor Ritter, antropólogo que jugó un papel clave en la elaboración de informes supuestamente científicos que justificaban la inferioridad racial de los gitanos, o el campo de concentración de Marzahn, destinado a recluir a la población gitana antes de la celebración de las Olimpiadas de Berlín de 1936.

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Philomena Franz escribe que cuando odiamos perdemos y que solo el amor puede salvarnos. Que una mujer como ella, que ha sido víctima de un odio desmedido e inhumano, afirme eso con tanta rotundidad, nos habla a las claras de la profunda humanidad de su legado, afirma la grandeza de su victoria contra el mal, pues, tal y como dice María Sierra, el campo de concentración pretendía deshumanizarlos, robarles su dignidad y su empatía, destruir los lazos sociales que tejen nuestra naturaleza, nuestra propia identidad de especie.

Veo a Philomena Franz en esa foto, mirando calmada a la cámara, con la belleza y la serenidad de una mujer gitana con la que no han podido, que pasó por el mundo sembrando paz, y solo puedo querer imitar su ejemplo, multiplicar sus palabras y tener presente siempre su manera de entender el mundo.

sábado, 30 de diciembre de 2023

Un cuchillo entre los dientes

 
António José Forte (1931-1988)

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En el sueño, un niño yo arroja un palo con toda la fuerza que guarda en su pequeño cuerpo. Un perro negro, grande, de apariencia bonachón, va corriendo hacia él. Tú sales corriendo en dirección contraria. Sabes que hay algo más... Mientras corres, te giras y ves al perro, que ya es otro, correr hacia ti con un brazo ensangrentado en la boca.

Despiertas de repente. Tienes veinte años y pareciera que llevaras durmiendo un siglo. Pero no es así. Te has pasado toda la noche trabajando en ese bar que te está quitando la vida y has caído en la cama, apenas dos horas antes, como si estuvieras muerto. Y quizás lo estás, te dices mientras cierras la cafetera como si fuera una bomba de mortero.

Pero cuál es tu trinchera.

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No sabes dónde te encuentras. Seguramente sea una biblioteca, pero ignoras cuál. Hojeas un libro. Te detienes en la página donde se reproduce un cartel de la Gran Guerra: un soldado alemán, con un cuchillo entre los dientes, se arrastra por el suelo sin dejar de mirarte... Será precisamente entonces cuando empieces a escribir aquel relato sobre el coleccionista de rostros deformes; una pasión secreta que oculta a su mujer y que, sin saber muy bien por qué, le hace sentir culpable. Una culpabilidad con olor a gas mostaza.

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Abres un libro un año después: «aquí estás tal cual / eres exactamente tú el perro joven que nadie esperaba»; los versos de António José Forte destellan en la penúltima noche de este año al que has llegado vivo y todavía sin miedo. 

Un cuchillo entre los dientes y otros textos. Un compañero de La Torre Magnética lo pone entre mis manos como si fuera un arma. Yo lo abro como quien le quita el pañuelo a una bola de cristal. 

Leo cada página con la sensación de haber sido bendecido con una suerte extraña, oscura y prodigiosa, que no acabo de entender, y que me hace salir indemne, si acaso algo magullado en las mejillas, tras leer estos poemas llenos de fuerza, magia y belleza.

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Miro al perro a la cara. Abre la boca y deja caer un brazo. Ladra. Se acerca a mí y le acaricio el lomo. No sé quién perdona a quién... El brazo, que primero fue palo, ahora es cuchillo y después serpiente. 

Te lo recuerda Forte: «Si todavía puedes oír la caracola de la infancia / oirás con certeza la señal de la partida». A qué esperas. 

martes, 14 de noviembre de 2023

Eva Justin o la antropología del mal (I)

Eva Justin comprobando las características raciales de una mujer gitana, como parte de sus ''estudios raciales'' (Wikipedia)

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El personaje encuentra un nombre perdido en un relato de Ceija Stojka. Ese nombre es Eva Justin. En un primer momento, no sabe quién es. Solo sabe lo que le cuenta en el libro la pintora gitana que sobrevivió a los nazis. Resumen: Eva Justin, la antropóloga del mal.

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Diez años después, el personaje, cubierto de una manta para soportar el frío, se frota las manos buscando calor. Se le acabó el dinero. Todos los lujos fuera. Y la calefacción también. Tendrá que trabajar prácticamente aterido. En un par de semanas tiene que entregar un artículo para poder prolongar su beca. Vive en Berlín. Solo. Escribe una tesis sobre el legado macabro de Eva Justin.  

Atrás su tiempo tranquilo en el calor de España, su padre y su novia, que ya no lo es, y el retrato de la madre muerta, en la mesa pequeña donde casi nunca suena el teléfono. Su madre, rubia, delgada, la hija del militar. La que saltó por la ventana. La que no pudo aguantar el tormento de un futuro predestinado, medido al milímetro, como el rostro de aquellas gitanas que interrogaba Justin, la científica social que quiso diseccionar las razas.

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Vayamos al artículo. El personaje escribe sobre el papel que jugó la antropología social en las políticas represivas de los totalitarismos en Europa durante la primera mitad del siglo XX. Antropología y fascismo. Antropología y nazismo. Antropología y estalinismo. 

Eva Justin aparece en el texto, apenas pespunteada, a la sombra de Robert Ritter y Josef Mengele. Pero la sombra, en realidad, es la que arrastra él. El personaje se mira en el espejo del baño. Ha perdido peso y siente dolores fuertes en el estómago. No se alimenta bien. Sólo lee, estudia, escribe, pasa días enteros visitando archivos, dejándose la vista en cientos de páginas mecanografiadas con la tinta azulada donde se hundió la dignidad de un pueblo, Alemania. 

El personaje se mira, decía, en un espejo que no refleja la náusea, el miedo pegajoso que a cada tanto le aturde, no le deja respirar. Se afixia y no sabe por qué. O sí. Cierra los ojos para no verse. En esa oscuridad está todo.

domingo, 15 de octubre de 2023

Dos mujeres

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Voy al trabajo. Aparco, me bajo del coche, cojo la mochila y salgo corriendo. Tengo cita con un investigador extranjero y no quiero llegar tarde. De camino, tiradas en un alcorque junto con restos de comida y ropa, encuentro tres fotos pequeñas, manchadas y muy combadas. Las cojo y las meto en mi mochila. No sé muy bien qué haré con ellas y tampoco pienso en ello, pero me las llevo a casa.

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Ha pasado una semana. Encuentro las tres fotografías en la pequeña carpeta donde guardo los papeles donde voy apuntando todas las tareas pendientes. Decido enseñárselas a unas amigas; son especialistas en archivos fotográficos y seguro que me sabrán decir cómo limpiarlas. Quedamos una tarde y se las muestro. Me dicen que las digitalice. Me explican un procedimiento sencillo de limpieza y las meto en un pequeño sobre negro. Esa es su mortaja ahora. Ya por la noche, en un receso de trabajo en la editorial, las miro de nuevo y me pregunto quiénes serán esas dos chicas que ahora me sonríen, pareciera que felices, enseñándome una pierna, invitándome a pensar que quizá no sea tan grave aquello que me preocupa.

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Limpio las fotos. Las digitalizo. El blanco y el negro se muestra con una viveza nueva. Quizá lleven razón, sí. Pienso en el libro del Tao, en los pasajes que cada noche leo con Araceli justo antes de dormirnos. No sé quiénes son estas mujeres y quizá no me importe, pero quiero creer que su sonrisa comunica un mensaje trasparente y limpio. Siento que puedo sacudirme el polvo, limpiarme los ojos y dejar que la ceniza se caiga al suelo, que nuble mis huellas pero no mi mirada. Quiero sentir la suerte de ser, de estar aquí, arropado, en este día luminoso, por el brillo del sol y el bullicio de la calle que se cuela por la ventana. 

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Hay angustia. Hay dolor. Hay un mundo que no es justo y hace daño y es cruel y pesa, pesa mucho a veces... Pero es el único que hay. Y no es pequeño, sin embargo, ese regalo. Me lo han dicho dos mujeres.   

miércoles, 4 de octubre de 2023

Editando a la contra: 10 años de Piedra Papel Libros

Os dejo por aquí el articulo que escribí para el número 60 de El Topo, periódico de los movimientos sociales sevillanos. Tuvieron la gentileza de interesarse por nuestro proyecto editorial y, sabiendo que este verano cumplíamos 10 años de andadura, nos pidieron un texto contando nuestra experiencia.

 
 Ilustración de José Luis Alcaparra

Editando a la contra: 10 años de Piedra Papel Libros

Hace 10 años, en un verano que recordamos tan tórrido como este, echó a rodar Piedra Papel Libros, un pequeño proyecto editorial, nacido en Jaén, cuya breve historia ejemplifica a la perfección el difícil camino de la edición independiente en el Estado español.

Nacida entre fanzines

Si tuviéramos que decir cuáles fueron los cimientos de la editorial, diríamos que una grapadora y una caja de grapas. Nada más. De hecho, si echáramos mano de algunos de los manuales para emprendedores de los que se pueden comprar en la Casa del Libro, podríamos concluir que no reuníamos ninguno de los requisitos mínimos para poner en pie una editorial medianamente seria.

Para empezar, no teníamos dinero para la inversión inicial. Tampoco teníamos ordenadores potentes ni formación relacionada con el manejo de los programas de diseño y edición imprescindibles para componer los libros. Por otro lado, apenas si teníamos contactos en el sector del libro y, lo peor, carecíamos de una idea de proyecto bien pensada y estructurada (líneas editoriales, posibles colecciones, canales de distribución y otros aspectos imprescindibles para el quehacer diario de una editorial).

Con estos mimbres, todo lo que podría salir mal debería haber salido mal… Pero no fue así. Y no fue así, precisamente, porque Piedra Papel nació como un proyecto sin miedo a desaparecer (nuestro lema es «no nos dan miedo las ruinas»); un desapego que, por un lado, nos hizo no tomarnos demasiado en serio y, por otro, favoreció que desde el minuto uno editáramos lo que nos diera la gana. Y esto último, a la larga, ha sido lo que ha garantizado la continuidad del proyecto, pues es lo que mantiene vivo el fuego.

En todo caso, la editorial arrancó bajo el designio punk del do it yourself. Ya no sólo es que apostáramos por el fanzine como el mejor medio para toparnos con el muro de la industria editorial, sino que, ya desde primera hora, pensamos que todo el trabajo de distribución tenía que partir de nosotros mismos. Una locura si tenemos en cuenta que, a día de hoy, es prácticamente utópico impulsar una iniciativa cultural vinculada al mundo del libro que pretenda sortear el tutelaje de las grandes distribuidoras comerciales.

Ventanitas a la historia secreta de los de abajo

Los primeros textos que sacamos tenían dos cosas en común: su brevedad y la especial historia de su producción. El orden reina en Berlín, de Rosa Luxemburgo, que fue nuestro primer fanzine al margen de COTARRO (un fanzine seriado del que sacamos 10 números), fue escrito de manera apresurada por la revolucionaria comunista, mientras permanecía escondida en casa de una simpatizante, pocas horas antes de ser asesinada por un grupo de freikorps. Y nuestra segunda publicación, El problema del poder en la revolución, fue la última conferencia que ofreció en público Andreu Nin, el dirigente del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), justo una semana antes de ser secuestrado y asesinado por los estalinistas.

A partir de entonces, pensamos que nuestro catálogo podía empezar a tomar forma si seleccionábamos textos cortos de calidad, no demasiado conocidos, que compartieran cierto espíritu insurgente y no perdieran vigencia con el paso del tiempo. En esa onda, nos permitimos el lujo de editar un cuento corto de Jack London, El mexicano, que cuenta la historia de un joven boxeador que pelea en defensa de la revolución, y dos traducciones cedidas por nuestro querido Canek Sánchez Guevara, nieto del Ché, que falleció en 2015: El espíritu corporativo, de Georges Palante, y Los vicios no son crímenes, de Lysander Spooner.

En realidad, y ya desde los primeros años de andadura de Piedra Papel, la historia social y el ensayo político han sido las dos bazas fuertes de la editorial. Textos breves, como decíamos, que poco a poco fueron ganando paginación y que siempre hemos querido acompañar de cubiertas sobrias, sencillas y atractivas, bien finalizadas a pesar de nuestra escasa formación en arte y diseño.

Momento crítico

Pasaron un par de años hasta que pudimos tener una decena de títulos con los que presentar nuestras primeras colecciones y mostrar a nuestros lectores cuáles iban a ser las líneas editoriales que marcarían el rumbo de nuestro proyecto. En ese tiempo, al margen de arrancar con nuestra colección de relato y con la de poesía, tuvimos la suerte de publicar dos títulos que nos dieron cierta proyección y permitieron que algunos medios de comunicación se hicieran eco de nuestro trabajo; nos referimos a Hartémonos de amor ya que no podemos hartarnos de pan. Sexología y anarquismo, de Layla Martínez, y sobre todo Contra el running. Corriendo hasta morir en la ciudad postindustrial, de Luis de la Cruz.

En ese momento, apenas si teníamos una decena de librerías que vendieran nuestras ediciones y la mayor parte de nuestras ventas provenía de las ferias del libro donde poníamos la mesa de la editorial, muchas de ellas vinculadas al tejido cultural ácrata. También contamos con el apoyo decidido y entusiasta de un pequeño grupo de lectores y lectoras que nos compraban todo lo que íbamos sacando y que, incluso, nos anticipaban dinero en concepto de preventa. Tampoco fueron despreciables los apoyos puntuales que nos permitieron cerrar algunas cubiertas y la inestimable labor de promoción de nuestros libros que, de forma desinteresada, hicieron algunos colectivos sociales, organizaciones sindicales y páginas de contrainformación.

Pero conforme el proyecto iba ganando cuerpo (el catálogo iba sumando títulos, aumentábamos la circulación de nuestros textos, ganábamos lectores y puntos de venta…), la marcha de la editorial iba exigiendo cada vez más horas de trabajo y llegó el punto en el que Juan, que asumió todo el curro de la editorial en los primeros años y cuyo oficio de archivero no le dejaba mucho tiempo disponible, barajó dejarlo a finales de 2016. Fue precisamente en ese momento cuando Araceli se sumó al proyecto, abriendo nuevas líneas de edición, mejorando el diseño editorial, consolidando los canales de distribución de nuestros libros y, en general, asumiendo una parte importante del trabajo que exigía Piedra Papel; lo que, al cabo, ya no sólo garantizó su continuidad, sino que propició un impulso que nos hizo plantearnos la posibilidad de hacernos un hueco en el mundillo de la edición independiente.

En definitiva, sería la incorporación de Araceli al proyecto de Piedra Papel la que posibilitó que, justo a la mitad del camino, se empezaran a sembrar muchas semillas cuyos frutos empezamos a recoger a día de hoy.

Nunca perder el foco de lo importante

Con el paso del tiempo, nuestra pequeña editorial ha ido cobrando forma y aunque seguimos siendo un proyecto muy pequeño, valoramos lo que tenemos porque —como decíamos antes— partimos de cero totalmente. A día de hoy, lucimos un catálogo con más de setenta títulos activos repartidos en siete colecciones (Libros del Borde, Serie Transhistorias, Cuentos Secuaces, Caja de Formas, Amarga Absenta, Fan de los Zines y SR). Junto a ello, hemos logrado consolidar una red de distribución propia con casi cien puntos de venta y seguimos estando presentes en un montón de ferias del libro y eventos culturales vinculados al mundo de la edición. Por suerte, además, contamos con un círculo de lectores y lectoras fieles, muy interesados en nuestras líneas editoriales y que son los primeros en poner en valor lo que hacemos públicamente; algo que valoramos de corazón, ya que logran que algunos de nuestros títulos funcionen, aunque sea a pequeña escala, por el boca a boca y las buenas críticas en redes sociales. Finalmente, hemos tenido la suerte de rodearnos de una tribu de autores y autoras con quienes guardamos una relación estrecha, generosa y colaborativa; un grupo humano del que aprendemos constantemente y que mantiene viva nuestra curiosidad, alimentando nuestras ganas de aprender y mejorar poquito a poco.

Llegados a este punto, lo importante —pensamos— de haber sentado las bases de un proyecto editorial como el nuestro, es haber intervenido políticamente en la sociedad en un momento histórico que consideramos especialmente crítico para el devenir de la humanidad y los ecosistemas. Y lo hemos hecho generando pensamiento antagonista, alimentando debates necesarios, contribuyendo a la memoria histórica, rescatando personajes olvidados, generando redes y, en definitiva, poniendo nuestro granito de arena en la lucha por una sociedad más justa y libre; una lucha, en el plano cultural e intelectual, que, como militantes del movimiento libertario, entendemos siempre ha de tener los pies en el suelo, siempre ha de estar integrada en un esfuerzo superior, real, por cambiar las condiciones de vida de las personas aquí y ahora.  

Redes de apoyo mutuo

Por otro lado, y más allá de cómo nos enriquecen las preguntas que nos vamos encontrando en el camino, una de las pocas respuestas que hemos cosechado en estos diez años de andadura es que no podemos hacer nada solos.

Efectivamente, pensamos que para tener sentido como proyecto editorial de inspiración libertaria, necesitamos trabajar por la consolidación de un tejido editorial autónomo, desobediente, estrechamente unido a las luchas de los movimientos sociales, que tenga como aspiración última intervenir en la sociedad en provecho de la mayoría social; un tejido cultural formado por lectoras, autores, colectivos, organizaciones, imprentas, editoriales, librerías, bibliotecas sociales, archivos, revistas, fanzines, periódicos, divulgadoras…, que, aprovechando su complejidad, amplitud y diversidad de enfoques, sea capaz de socializar ideas, estrategias y prácticas políticas que logren resquebrajar la hegemonía cultural del capitalismo.

Como no paran de repetirnos investigadores como Alejandro Civantos, autor en nuestra editorial de La enciclopedia del obrero. La revolución editorial anarquista (1881-1923), hubo un tiempo, no demasiado lejano, en el que los desposeídos y las desposeídas, entendieron que sólo era posible derrotar al Estado y al capitalismo si se le oponía un pueblo unido, fuerte y autoemancipado, cuya conciencia social habría de adquirirse bien lejos de las tabernas y los púlpitos; un pueblo que arrancaría de las garras del poder sus propias herramientas de liberación, construyendo un tejido cultural autónomo, independiente, igualmente soberano, donde el mundo del libro jugaría un papel clave. Y se pusieron a ello con toda la fuerza del mundo. Solo las armas y la represión más atroz, acabaron con ese sueño… Aunque, muy a su pesar, no lo consiguieron del todo.

Al fin y al cabo, ese antiguo sueño, el de amasar una cultura redentora, que detenga el proceso de alienación y nos aporte herramientas de análisis para comprender el mundo y, a partir de ahí, combatir la injusticia, sigue vigente a día de hoy. De hecho, somos muchos, somos muchas, quienes pasamos la vida, se diría que alegremente, en ese empeño cuyo final no acabamos de intuir nunca.

No quisiéramos despedirnos sin agradecer a los compañeros y compañeras de El Topo, que comparten barricada con nosotras, la posibilidad de contar nuestra pequeña historia en un medio tan necesario, tan bonito, como su periódico. ¡Gracias! ¡Ah! Y muchas felicidades, que un pajarito nos ha dicho que El Topo también celebra su décimo aniversario. ¡Larga vida!