Os dejo por aquí el articulo que escribí para el número 60 de El Topo, periódico de los movimientos sociales sevillanos. Tuvieron la gentileza de interesarse por nuestro proyecto editorial y, sabiendo que este verano cumplíamos 10 años de andadura, nos pidieron un texto contando nuestra experiencia.
Editando a la contra: 10 años de Piedra Papel Libros
Hace 10 años, en un
verano que recordamos tan tórrido como este, echó a rodar Piedra Papel Libros,
un pequeño proyecto editorial, nacido en Jaén, cuya breve historia ejemplifica
a la perfección el difícil camino de la edición independiente en el Estado
español.
Nacida entre fanzines
Si tuviéramos que decir cuáles fueron los cimientos de
la editorial, diríamos que una grapadora y una caja de grapas. Nada más. De
hecho, si echáramos mano de algunos de los manuales para emprendedores de los
que se pueden comprar en la Casa del Libro, podríamos concluir que no reuníamos
ninguno de los requisitos mínimos para poner en pie una editorial medianamente
seria.
Para empezar, no teníamos dinero para la inversión
inicial. Tampoco teníamos ordenadores potentes ni formación relacionada con el
manejo de los programas de diseño y edición imprescindibles para componer los
libros. Por otro lado, apenas si teníamos contactos en el sector del libro y,
lo peor, carecíamos de una idea de proyecto bien pensada y estructurada (líneas
editoriales, posibles colecciones, canales de distribución y otros aspectos imprescindibles
para el quehacer diario de una editorial).
Con estos mimbres, todo lo que podría salir mal
debería haber salido mal… Pero no fue así. Y no fue así, precisamente, porque
Piedra Papel nació como un proyecto sin miedo a desaparecer (nuestro lema es
«no nos dan miedo las ruinas»); un desapego que, por un lado, nos hizo no
tomarnos demasiado en serio y, por otro, favoreció que desde el minuto uno
editáramos lo que nos diera la gana. Y esto último, a la larga, ha sido lo que
ha garantizado la continuidad del proyecto, pues es lo que mantiene vivo el
fuego.
En todo caso, la editorial arrancó bajo el designio
punk del do it yourself. Ya no sólo es que apostáramos por el fanzine
como el mejor medio para toparnos con el muro de la industria editorial, sino
que, ya desde primera hora, pensamos que todo el trabajo de distribución tenía
que partir de nosotros mismos. Una locura si tenemos en cuenta que, a día de
hoy, es prácticamente utópico impulsar una iniciativa cultural vinculada al
mundo del libro que pretenda sortear el tutelaje de las grandes distribuidoras
comerciales.
Ventanitas a la historia secreta de los de
abajo
Los primeros textos que sacamos tenían dos cosas en
común: su brevedad y la especial historia de su producción. El orden reina
en Berlín, de Rosa Luxemburgo, que fue nuestro primer fanzine al margen de COTARRO
(un fanzine seriado del que sacamos 10 números), fue escrito de manera
apresurada por la revolucionaria comunista, mientras permanecía escondida en
casa de una simpatizante, pocas horas antes de ser asesinada por un grupo de freikorps.
Y nuestra segunda publicación, El problema del poder en la revolución,
fue la última conferencia que ofreció en público Andreu Nin, el dirigente del
Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), justo una semana antes de ser
secuestrado y asesinado por los estalinistas.
A partir de entonces, pensamos que nuestro catálogo
podía empezar a tomar forma si seleccionábamos textos cortos de calidad, no
demasiado conocidos, que compartieran cierto espíritu insurgente y no perdieran
vigencia con el paso del tiempo. En esa onda, nos permitimos el lujo de editar
un cuento corto de Jack London, El mexicano, que cuenta la historia de
un joven boxeador que pelea en defensa de la revolución, y dos traducciones
cedidas por nuestro querido Canek Sánchez Guevara, nieto del Ché, que falleció
en 2015: El espíritu corporativo, de Georges Palante, y Los vicios no
son crímenes, de Lysander Spooner.
En realidad, y ya desde los primeros años de andadura
de Piedra Papel, la historia social y el ensayo político han sido las dos bazas
fuertes de la editorial. Textos breves, como decíamos, que poco a poco fueron
ganando paginación y que siempre hemos querido acompañar de cubiertas sobrias,
sencillas y atractivas, bien finalizadas a pesar de nuestra escasa formación en
arte y diseño.
Momento crítico
Pasaron un par de años hasta que pudimos tener una
decena de títulos con los que presentar nuestras primeras colecciones y mostrar
a nuestros lectores cuáles iban a ser las líneas editoriales que marcarían el
rumbo de nuestro proyecto. En ese tiempo, al margen de arrancar con nuestra
colección de relato y con la de poesía, tuvimos la suerte de publicar dos
títulos que nos dieron cierta proyección y permitieron que algunos medios de
comunicación se hicieran eco de nuestro trabajo; nos referimos a Hartémonos
de amor ya que no podemos hartarnos de pan. Sexología y anarquismo, de
Layla Martínez, y sobre todo Contra el running. Corriendo hasta morir en la
ciudad postindustrial, de Luis de la Cruz.
En ese momento, apenas si teníamos una decena de
librerías que vendieran nuestras ediciones y la mayor parte de nuestras ventas
provenía de las ferias del libro donde poníamos la mesa de la editorial, muchas
de ellas vinculadas al tejido cultural ácrata. También contamos con el apoyo
decidido y entusiasta de un pequeño grupo de lectores y lectoras que nos
compraban todo lo que íbamos sacando y que, incluso, nos anticipaban dinero en
concepto de preventa. Tampoco fueron despreciables los apoyos puntuales que nos
permitieron cerrar algunas cubiertas y la inestimable labor de promoción de
nuestros libros que, de forma desinteresada, hicieron algunos colectivos
sociales, organizaciones sindicales y páginas de contrainformación.
Pero conforme el proyecto iba ganando cuerpo (el
catálogo iba sumando títulos, aumentábamos la circulación de nuestros textos,
ganábamos lectores y puntos de venta…), la marcha de la editorial iba exigiendo
cada vez más horas de trabajo y llegó el punto en el que Juan, que asumió todo
el curro de la editorial en los primeros años y cuyo oficio de archivero no le
dejaba mucho tiempo disponible, barajó dejarlo a finales de 2016. Fue
precisamente en ese momento cuando Araceli se sumó al proyecto, abriendo nuevas
líneas de edición, mejorando el diseño editorial, consolidando los canales de
distribución de nuestros libros y, en general, asumiendo una parte importante
del trabajo que exigía Piedra Papel; lo que, al cabo, ya no sólo garantizó su
continuidad, sino que propició un impulso que nos hizo plantearnos la
posibilidad de hacernos un hueco en el mundillo de la edición independiente.
En definitiva, sería la incorporación de Araceli al
proyecto de Piedra Papel la que posibilitó que, justo a la mitad del camino, se
empezaran a sembrar muchas semillas cuyos frutos empezamos a recoger a día de
hoy.
Nunca perder el foco de lo importante
Con el paso del tiempo, nuestra pequeña editorial ha
ido cobrando forma y aunque seguimos siendo un proyecto muy pequeño, valoramos
lo que tenemos porque —como decíamos antes— partimos de cero totalmente. A día
de hoy, lucimos un catálogo con más de setenta títulos activos repartidos en
siete colecciones (Libros del Borde, Serie Transhistorias, Cuentos Secuaces,
Caja de Formas, Amarga Absenta, Fan de los Zines y SR). Junto a ello, hemos
logrado consolidar una red de distribución propia con casi cien puntos de venta
y seguimos estando presentes en un montón de ferias del libro y eventos
culturales vinculados al mundo de la edición. Por suerte, además, contamos con
un círculo de lectores y lectoras fieles, muy interesados en nuestras líneas
editoriales y que son los primeros en poner en valor lo que hacemos
públicamente; algo que valoramos de corazón, ya que logran que algunos de
nuestros títulos funcionen, aunque sea a pequeña escala, por el boca a boca y
las buenas críticas en redes sociales. Finalmente, hemos tenido la suerte de
rodearnos de una tribu de autores y autoras con quienes guardamos una relación
estrecha, generosa y colaborativa; un grupo humano del que aprendemos constantemente
y que mantiene viva nuestra curiosidad, alimentando nuestras ganas de aprender
y mejorar poquito a poco.
Llegados a este punto, lo importante —pensamos— de
haber sentado las bases de un proyecto editorial como el nuestro, es haber
intervenido políticamente en la sociedad en un momento histórico que
consideramos especialmente crítico para el devenir de la humanidad y los
ecosistemas. Y lo hemos hecho generando pensamiento antagonista, alimentando
debates necesarios, contribuyendo a la memoria histórica, rescatando personajes
olvidados, generando redes y, en definitiva, poniendo nuestro granito de arena
en la lucha por una sociedad más justa y libre; una lucha, en el plano cultural
e intelectual, que, como militantes del movimiento libertario, entendemos siempre
ha de tener los pies en el suelo, siempre ha de estar integrada en un esfuerzo
superior, real, por cambiar las condiciones de vida de las personas aquí y
ahora.
Redes de apoyo mutuo
Por otro lado, y más allá de cómo nos enriquecen las
preguntas que nos vamos encontrando en el camino, una de las pocas respuestas
que hemos cosechado en estos diez años de andadura es que no podemos hacer nada
solos.
Efectivamente, pensamos que para tener sentido como
proyecto editorial de inspiración libertaria, necesitamos trabajar por la
consolidación de un tejido editorial autónomo, desobediente, estrechamente
unido a las luchas de los movimientos sociales, que tenga como aspiración
última intervenir en la sociedad en provecho de la mayoría social; un tejido
cultural formado por lectoras, autores, colectivos, organizaciones, imprentas,
editoriales, librerías, bibliotecas sociales, archivos, revistas, fanzines,
periódicos, divulgadoras…, que, aprovechando su complejidad, amplitud y
diversidad de enfoques, sea capaz de socializar ideas, estrategias y prácticas
políticas que logren resquebrajar la hegemonía cultural del capitalismo.
Como no paran de repetirnos investigadores como
Alejandro Civantos, autor en nuestra editorial de La enciclopedia del
obrero. La revolución editorial anarquista (1881-1923), hubo un tiempo, no
demasiado lejano, en el que los desposeídos y las desposeídas, entendieron que
sólo era posible derrotar al Estado y al capitalismo si se le oponía un pueblo
unido, fuerte y autoemancipado, cuya conciencia social habría de adquirirse
bien lejos de las tabernas y los púlpitos; un pueblo que arrancaría de las
garras del poder sus propias herramientas de liberación, construyendo un tejido
cultural autónomo, independiente, igualmente soberano, donde el mundo del libro
jugaría un papel clave. Y se pusieron a ello con toda la fuerza del mundo. Solo
las armas y la represión más atroz, acabaron con ese sueño… Aunque, muy a su
pesar, no lo consiguieron del todo.
Al fin y al cabo, ese antiguo sueño, el de amasar una
cultura redentora, que detenga el proceso de alienación y nos aporte
herramientas de análisis para comprender el mundo y, a partir de ahí, combatir
la injusticia, sigue vigente a día de hoy. De hecho, somos muchos, somos
muchas, quienes pasamos la vida, se diría que alegremente, en ese empeño cuyo
final no acabamos de intuir nunca.
No quisiéramos despedirnos sin agradecer a los
compañeros y compañeras de El Topo, que comparten barricada con
nosotras, la posibilidad de contar nuestra pequeña historia en un medio tan
necesario, tan bonito, como su periódico. ¡Gracias! ¡Ah! Y muchas felicidades,
que un pajarito nos ha dicho que El Topo también celebra su décimo
aniversario. ¡Larga vida!