lunes, 30 de septiembre de 2019

«Ahora puedo recordar que una vez fui escritor»: correspondencia de Carl Einstein


Las últimas moscas del verano revolotean por el salón. Dentro de poco, el frío del otoño castellano dará cuenta de ellas. Sobre la mesa, un libro del que me cuesta apartarme, Carl Einstein en la Revolución española, una pequeña compilación de textos del crítico alemán que incluye varias cartas, una de ellas dirigida a Pablo Picasso. Copio un fragmento:

«No puede usted imaginarse hasta qué punto me siento feliz por haber luchado junto a sus compatriotas. Se trata probablemente del mayor recuerdo de mi vida. Y nadie que no lo haya vivido puede saber hasta qué punto me emociona la fidelidad de mis compañeros. Cuando nos reunimos, nos sentimos felices sin necesidad de decir gran cosa. Son hombres verdaderos, llenos de dignidad y devoción, unos magníficos soldados. Lo único que me preocupa es no haber hecho lo suficiente pese a haber dado todo lo que tenía. Créame, siempre estaré dispuesto a dar mi vida por su país, y no estoy haciendo literatura».

Claro que no lo hacía. Hoy, que no me puedo quitar de encima esta extraña desafección con respecto a la literatura, pienso en el Einstein cansado, derrotado en la guerra de España, el mismo que, en el intento de huir a Inglaterra, fue detenido y deportado a un campo de concentración. Pienso en aquellas cartas que le mantenían unido a su antiguo mundo, el de sus viejos amigos, un territorio afectivo que se acabaría estrechando cada vez más. Rotos los puentes, solo le quedó saltar de uno.

La historia de Carl Einstein siempre me ha sacudido. En una carta escrita a un amigo, el marcharte Daniel-Henry Kahnweiler, el 6 de enero de 1939 desde Barcelona, anotó: «Ahora puedo recordar que una vez fui escritor [...] Vivir sin miedo es la única manera de existir». Apenas tres meses después, acabaría la guerra y cruzaría la frontera con Francia. En ese país, que Einstein amó también hasta las trancas, pasaría su último año de vida, intentando huir de los nazis, sí, pero también cansado de un mundo que parecía sucumbir sin remedio al espanto del totalitarismo. Y ese cansancio no es una cuestión menor. Creo que lo sentían Zweig, Toller y Benjamin, entre otros. Yo solo estoy cansado de escribir y de no hacerlo al mismo tiempo. Nada comparable a lo vivido en esos años de tormenta. Pienso finalmente en la última carta de Benjamin a Theodor Adorno, en aquel fragmento en el que hablaba de la falta de esperanza para ellos y -cómo no hacerlo- me pregunto si habrá esperanza para nosotros.

Acabo con un fragmento de una carta que Gottfried Benn dirigida a su amigo Einstein: «En resumen, albergar esperanzas es: tener ideas equivocadas sobre la vida, sobre lo que esta exige y sobre lo que puede ofrecer y, principalmente, sobre lo que uno ha de hacer y soportar sin esperanza».

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