viernes, 8 de junio de 2018

La poesía pasará, eso está claro


X 

1 

La poesía pasará y nos encontrará solos, sucios y rendidos, echados contra la pared, adormilados, ciegos o en la inopia. La poesía pasará. Pasará con su rastro de asesina y su puñal entre los dientes, pasará con su disfraz de pelagatos, pareciera que borracha, sigilosa y trémula, como perro mojado recién salido de una tormenta de nieve. La poesía pasará y nos encontrará callados, ya con la lengua rota, descalzos, perdidos y viviendo a la intemperie. Abandonados como cachorros ciegos. 

2 

Nuestras manos cortadas, desparramadas por el camino. Nuestros cabellos grises. Nuestros hábitos de santos llenos de lamparones y raídos. El futuro contrahecho, inesperadamente oscuro, insuficiente. La poesía pasará desnuda entre los cadáveres descompuestos de las modas y los hits de primavera. La poesía se reirá a carcajadas de todos nosotros. 

3 

Desorientados, perdidos, no aventurados sino justo lo contrario, con la suerte negra de los derrotados soplando en el cogote, así, precisamente así, recorrerán los caminos los poetas hiperviolentos. Nadie mirará atrás, nadie torcerá la cabeza para ver por última vez la silueta erizada de la ciudad buitre, de la ciudad gato. Ni siquiera la poesía les servirá ya de bastón. No hallarán consuelo en el aplauso insulso y despiadado de sus cuatro amigos. 

4 

La poesía triturará los manifiestos, los recitales, las peleas de gallos, los libros prestados y perdidos en las fiestas interminables; la poesía pasará y acabará con los desiertos, las tristezas fingidas como los orgasmos viejos, las palabras necias y los besos negros en el callejón de atrás; la poesía pisoteará las modas, los gestos estudiados, las poses de opereta y los espejos. La poesía se nos meará encima, se reirá a carcajadas de nuestra bastarda contemporaneidad. 

5 

Todos los recitales dibujados en la memoria. Los pechos de L dentro de mi boca y su piel sudada, el olor de la felicidad. Las madrugadas perdidas en el Monte Cero, bajo las estrellas, contemplando el paisaje sosegado de la ciudad infierno. Los poemas agitados como botes de spray. El odio, los pómulos abiertos y las peleas y las peleas y las peleas… El club de los poetas locos, aquellos que se llamaron a sí mismos los poetas hiperviolentos. Mis amigos increíbles, mi última familia al cabo. 

6 

Vi a una mujer sonreírme desde el volante de un descapotable rojo. Era bella y era sexy, era joven y muy vieja a la vez. Me vio medio dormido a la sombra de un cartel publicitario; ni siquiera se bajó del coche. Me preguntó «qué haces ahí» y yo no supe qué contestarle. Le ofrecí un trago de la botella de vino que me hacía compaña. «Guárdate eso», dijo. «Viajo sola y el camino es largo. Pensé que podrías venir conmigo pero me he equivocado. Vuelve a tú rincón de penas. Y olvídame». Pero quién podría lograrlo. 

7 

En la punta de la lengua, a veces, una palabra para comenzar de nuevo. En la punta de la lengua, pero nunca en la lengua entera. Barrunto la esperanza, merodeo por sus contornos, pero no puedo atraparla. Queda poco tiempo y me siento inútil. Queda poco tiempo y me espanta la vejez. 

8 

Miro a través de los poemas viejos. Veo a grupos de jóvenes aullar en las terrazas de los edificios en ruinas de la ciudad buitre. Veo a los poetas deambular en las noches breves de los sueños largos, inacabados, nunca cumplidos; las noches de los juegos inocentes y los juegos sucios, del rock, la droga, el sexo y la poesía cobriza, maleable y dúctil, como el corazón de los poetas vándalos. Veo una casa oxigenada y un cuaderno limpio de polvo y paja, veo versos transparentes como el cristal, palabras para justificar una vida entera. Veo belleza. Una mujer que me sonríe desde el volante de un descapotable rojo. La poesía triturando todo, pasando por encima nuestro, merendándose la historia de la literatura necia, haciendo de las suyas, como una poeta hiperviolenta más. Dándonos la vida.  

9 

Duermo a la sombra de hechos pasados. Mi día a día es hoy y es mañana y es ayer, pero sobre todo ayer. No voy a encontrar salida, ya no me interesa. Tengo todo el laberinto dentro. 

10 

Toco mi cara. Reconozco, una a una, cada cicatriz, y ya son muchas. He vivido -pienso- y eso me calma, aunque dure poco. Supongo que valió la pena, pero es difícil afirmarlo hoy. Me miro y siento que perdí todas las guerras, que no merecí otra cosa. Quiero dormir mil años. Poeta hiperviolento soy, jamás estaré a salvo.

En La tribu del abecedario, Juan Cruz López (Piedra Papel Libros. Jaén: 2017).

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