sábado, 31 de agosto de 2024

Manos de arena

i

El personaje se mira las manos. Lleva mucho tiempo sin escribir y ni siquiera sabe por qué se sienta de nuevo frente al teclado. Sabe que tiene cosas que decir, pero, con tanto ruido, cada vez le incomoda menos el silencio, la invisibilidad, el tranquilo correr del tiempo de la rutina... Pero ahí está de nuevo, con las manos sobre las teclas, con el cuaderno de notas sin estrenar y lejos de la presión de antaño.

No se trata, se dice, de cumplir aspiraciones. Tampoco de trascender. De la playa se ha traído una piedra blanca y la imagen de sus huellas en la arena, desapareciendo, trazando un rastro efímero. Precisamente, durante uno de esos paseos ha pensado en que, frente al deseo de trascender, siente la necesidad de hacer cosas con significación. Tal vez por eso se ha sentado frente al teclado; porque quiere llenar de sentido el tiempo. Porque desea escapar del brillo errático de las pantallas. Porque ha comenzado a darle valor al tacto.

ii

El personaje, ahora, se toca las manos. Son manos jóvenes, de piel oscura y dedos pequeños. Con esas manos, piensa, puede escribir historias, cuidar del jardín, acariciar a su mujer, darle la vuelta al reloj de arena... Con esas manos puede envejecer. Y ese poder es el único que le interesa.

Por la ventana abierta se cuela el ruido del vecindario. Se escuchan risas, el griterío de un grupo de niños jugando al fútbol, la conversación cómplice de dos mujeres jóvenes, una botella que se descorcha, una televisión que se enciende, un vaso roto, un portazo... El personaje escribe algo relacionado con el valor de la observación. Esconde ese mensaje en un pequeño cuento sobre un adolescente al que le cuesta dormir y que sólo concilia el sueño si rememora con detalle qué ha hecho durante el día; una historia sencilla, con un principio torpe y un final abierto, inesperado, que acaba de un tirón y no corrige.

iii 

El personaje sabe que todas esas ficciones no irán a ningún lado. No serán leídas. No le robarán el descanso a nadie. Con media sonrisa, cierra el documento de texto, apaga el portátil, guarda el cuaderno de notas, que sigue en blanco, en un cajón. Saborea, una vez más, esa sensación placentera, cálida, de reposo y tranquilidad, que desde hace algunos meses le sorprende cada vez que hace algo sin esperar un resultado inmediato. Luego sale al balcón, abre una silla y observa cómo se hace de noche mientras se toma una cerveza. El cielo se ha cubierto de nubes. La presentadora del tiempo ha dicho que a las cuatro de la mañana empezará a llover.

1 comentario:

  1. Muy hermoso el texto, Juan. Me ha encantado. Ni prisas, ni presiones autoimpuestas o no tan autoimpuestas, ni "ruido", ni vanas o torpes aspiraciones... Como escribía Bolaño: "sois libres admirables poetas troyanos".

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