i
Despierto temprano para dejar escritas algunas ideas. No ha sido una buena semana... Si me asomo a la ventana, veo a nuestro vecino, el que siempre está mirando, que ya está fumando en el balcón. Pronto pasará el invierno.
ii
Llego a la panadería. Saludo y un tipo me devuelve el «Buenos días» con una expresión gutural que no llego a entender bien. El gesto de su cara es hosco. La tendera levanta la mirada del mostrador, me observa dos segundos y sigue a lo suyo. Cuando llega mi turno y pago, revisa el billete varias veces y me da el pan como si fuera un regalo. Al salir, se despide con un «Adiós» que a mí me suena a «Ojalá no vuelvas nunca».
iii
Regreso a casa y la limpio de cabo a rabo. Me quiero olvidar de todo, pero hoy no puedo salir a pasear. La iglesia roja, abandonada y sucia, plantada entre pinos sobre la cantera de áridos, es la viva imagen del páramo al que hemos ido a parar. No sé qué demonios hacemos aquí...
Saco la ropa limpia de lavadora. Pienso que sería genial lavarse así por dentro. Planto el tendedor en el balcón y empiezo por las toallas. Justo debajo, en la terraza del bar, donde se apoltronan ya varios parroquianos, una mujer y un hombre a quienes no llego a ver, hablan en voz alta. «Los moros se llevan todos los trabajos». «Aquí o eres gitano o maricón o una mujer maltratada, o no mueven un dedo por ti». «Yo no soy racista, soy ordenada». «Esto yo lo arreglaba fácil: "venga, todos a vuestra puta casa"».
iv
Mi padre, joven, las manos llenas de yeso fresco y toda la vida por delante. Mi padre, que saca tiempo en los descansos para leer las novelitas del oeste de Marcial Lafuente Estefanía. Mi padre, que se volvió a su tierra porque le pidió fuego a un paisano y el tipo ni tan siquiera se paró a negárselo. Mi padre, que me enseñó de dónde vengo. Mi padre, que me puso en la mano el miedo y me ayudó a convivir con él.
v
Me digo que hay que ser paciente, que aquí también hay gente buena; pero cuesta...
Miro por la ventana. Mi vecino ya se ha ido y yo me tengo que ir a trabajar. Solo le pido al día que aclare también mi mente... No sé por qué no escucho el canto de los mirlos.
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