domingo, 17 de octubre de 2021

Colapso, gasolina y sal


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Hace un par de meses terminé de ver la serie El colapso, una miniserie francesa, de 8 capítulos, dirigida por Jérémy Bernard, Guillaume Desjardins y Bastien Ughetto. El título explica el argumento. En el segundo episodio, «La gasolinera (día 5)», un grupo de personas se pelea por repostar en una estación de servicio. Hace tres semanas, los medios de comunicación se hicieron eco de los altercados que se estaban produciendo en algunas gasolineras británicas por la falta de suministro. Ficción y realidad parecían mezclarse una vez más.

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El colapso es una ficción que se pretende realista, verosímil, y muchos de sus seguidores han tomado lo ocurrido en Inglaterra como prueba de su pretendida credibilidad. De hecho, si hay algo que diferencia a esta serie de otras distopías al uso, es su pretensión de ceñirse a las tesis más comunes de la colapsología. En todo caso, y siguiendo a Layla Martínez en Utopía no es una isla, parece que estas series, cuyos planteamientos de partida parecieran querer advertirnos del mal camino que llevamos si no hacemos las cosas de otra manera, más que alentarnos a cambiar, lo que logran es paralizarnos, impidiéndonos imaginar una salida que no sea el caos, la guerra de todos contra todos.

 


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La sal de la tierra es una película estadounidense de 1954. Narra una huelga minera en el estado de Nuevo México en la que las mujeres tienen un papel protagonista y que, a pesar de la oposición de la policía, las leyes y los magnates del negocio, se acaba ganando. La historia deja clara la idea de que en la unión está la fuerza y que las cosas siempre se pueden cambiar si hay determinación, coraje y solidaridad entre los de abajo. Me imagino cómo fue recibida la película, en la que intervienen personajes reales, cuando se estrenó a mediados de los cincuenta. Seguramente no fueron pocos quienes al verla pensaron que las cosas podrían ser de otra forma, que el pez grande no tenía por qué salirse con la suya siempre y que era posible enfrentar los problemas más acuciantes con esperanza y confianza en la lucha colectiva.

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Ojalá hubiera muchas más películas como La sal de la tierra en este momento, justo con lo que se viene encima... Ojalá que hubiera muchas más ficciones que lograran hacernos pensar en futuros posibles donde las cosas sean mejores, donde podamos responder a los problemas del futuro con las herramientas adaptativas de las que se ha dotado la humanidad siempre: la creatividad, el apoyo mutuo, la cooperación. Hace falta. Hacen falta otro tipo de productos culturales que no generen más angustia... Porque ya está bien. Todavía no es hora de apagar la luz.

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