domingo, 5 de julio de 2020

Cuando los trenes paraban en todas las estaciones



Quienes hemos nacido cerca de una estación de tren, sabemos de la herrumbre y el escombro. Muchos nodos ferroviarios, como Espeluy (Jaén), poco a poco se han ido desmantelando conforme el ferrocarril ha ido perdiendo peso en el transporte de viajeros y mercancías. Por otro lado, el hecho de que RENFE haya apostado de todas todas por la política suicida de la gran velocidad, con trenes como el AVE, ha destrozado el tejido ferroviario de media y corta distancia, que solo ha podido salvarse en los entornos metropolitanos.

El último libro de poesía de José Pastor, Cuando los trenes paraban en todas las estaciones, tiene mucho de este mundo antiguo, y no solo por lo relacionado con el ferrocarril. Porque el personaje que hay detrás de estos poemas es el cronista de un mundo que parece resistirse a las ínfulas de esta sociedad saturada de pantallas, atiborrada de basura emocional y pareciera que cosida, únicamente, por el hilo invisible de las redes sociales.

Lejos del marasmo de la sobreinformación, en algunos poemas, sobre todo de la primera sección, encontramos paisajes casi desérticos que me han recordado a Intemperie, la novela de Jesús Carrasco; hablamos de territorios que no merecen la atención de los medios y donde, aún hoy, es posible construir una vida disidente, desapegada del esquema de valores, basado en el consumo permanente, que nos pretenden inculcar a base de sueños de litio.

En este paisaje, también cultural, en el que acompañamos al protagonista al ritmo de Lou Reed o Camarón, nos encontramos con hombres y mujeres que persiguen justamente lo contrario de la impostación connatural a los medios digitales que utilizamos para mostrarnos públicamente: autenticidad. Es ahí donde se entiende este «y ser infinitamente feliz / y que mi reflejo en el espejo / no llegue a ser un espejismo».

No obstante, la melancolía de lo que se esfuma, esa tristeza sencilla de las cosas que se van, es algo constante en el poemario. Y como un reverso de esa presencia, el gusto por la vida en el momento, el disfrute del vino, la conversación, el silencio en un bar de parroquianos, la tranquilidad de la montaña y el amor, claro, la piel ajena como un territorio liminar, inexplorado, que nos permite guarecernos, aunque sea de manera temporal, del rigor de la tormenta que siempre implica vivir tan solo de lo que producen nuestras manos.

Hablamos, por tanto, de un libro de poemas que nos aproxima a un territorio invisible, que resiste y sigue vivo, donde es posible habitar y convivir de otra manera, lejos de la compulsividad, del desatino permanente de las notificaciones de WhatsApp, de la felicidad fingida y el esclavismo del trabajo, lejos, también, de la poesía imitativa que ni tan siquiera adquiere sentido para quien la escribe.

Os dejo por aquí el enlace a la web de Versátiles, la editorial onubense que ha publicado el libro: https://versatileseditorial.es/

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