No suelo leerme nada de un tirón. Ninguna novela, me refiero. Sin embargo, con las de Rafael Pinedo no puedo. Me pasé un día entero leyendo Plop; ahora me he pasado otro haciendo lo mismo con Frío.
De la trilogía de Pinedo, Frío me ha gustado menos que Plop, pero bastante más que Subte.
Que Pinedo se haya muerto es una verdadera faena. Levanta historias redondas con tan pocos elementos que, de alguna forma, su manera de contar se aleja de todo lo que suelo leer (novelas donde el estilo se evidencia por lo que se quiere mostrar y no por lo que se esconde).
La historia de Frío tiene como marco una institución religiosa aislada en medio de un páramo nevado. En ella, una mujer, asediada por la culpa y el pecado, intenta sobrevivir al frío y a la falta de alimentos. Las ratas son su única compañía.
Capítulos cortos, muy bien trabajados, que hilan una narración en la que el trasfondo apocalíptico es menos denso que en sus otras dos novelas. La concisión y parquedad en el uso del lenguaje no le restan magnetismo a la trama, sino justo lo contrario, le abren un hueco al lector por donde entra su imaginario. La crudeza y humanidad de las imágenes hacen el resto. Sin artificio ni aderezos, Frío consigue estar a la altura de las expectativas que uno se hace tras leer Plop.
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