lunes, 13 de octubre de 2014

563


No hay nadie en la playa. Nosotros regresamos corriendo. No hay nadie. Nadie. Es como si estuviera vacío, también, el hostal. Pienso en Detroit. L no habla: sueña y comienza a temblar, delira, la fiebre le come la cabeza como una mantis hambrienta.

Ya dentro de nuestra pequeña habitación, cierro las ventanas para no ver la lluvia. Enciendo un viejo calefactor y le seco el pelo. Dice que soy su hermano mayor. Tenemos una forma de querernos que se me antoja hexagonal. Tiene los ojos velados por el rastro de la enfermedad. Pero ella es fuerte, mucho más que yo.

Traigo mantas y ropa seca para los dos. Estamos cansados y ya es de noche. Pesa, extraña, la pena del pasado sobre nuestra espalda de niños poetas, poco acostumbrados al tenue calor de la renuncia. Pena, claro, y un sabor a hierba fresca en la boca. Fue la que arrancamos en la ruta de contrabando que tomamos para huir de nuestros propios fantasmas, de nuestros propios carceleros.

Al poco tiempo, ella empieza a soñar. Se da la vuelta y me mira sin mirarme. Balbucea cuatro palabras sobre el nicho 563. Sí, ya lo sé, estuvo allí enterrado. Allí dormimos cinco años junto a él. Nuestra historia, querida L, la tuya y la mía, cinco años, hueso sobre hueso, junto a él, junto a su cuerpo, infectado de derrota y carcomido por los gusanos que comieron de la flor de la morfina.

Poco más. Luego me quedé dormido. Y el que soñó fui yo. Soñé con la perra preñada que apedreamos sin clemencia aquel domingo que nos quedamos solos. Soñé con las mujeres que cruzaron la frontera por la carretera de la costa y con los niños que vieron la luz después de atravesar el túnel. Soñé con la playa helada donde habíamos contraido la enfermedad de la memoria. Soñé con la extinción de los secretos y la resurrección de los héroes inesperados.

Y luego desperté, bañado de un sudor liviano, cálido y limpio, como una mortaja. Pero tú estabas allí. Y a tu lado, mirándome curioso por encima de tu hombro, él, el hijo de Europa, ahora travieso, observando a su hermano enfermo, a su hijo enfermo, a su padre enfermo, al otro, una vez más, tocado por la mano del pavor, sumido en una confusión febril y compasiva.

Pero perdiste el miedo. Todo irá bien, eso fue lo que dijiste.

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