Empiezo este artículo desde la incertidumbre. Para cuando se haya publicado, quizá dentro de una semana, tal vez haya caído Kobane.
O quizás no. Es lo que espero. Mientras tanto, yo, como tantos otros,
aguardamos en la frontera sin saber cómo ayudar, mirándonos en el espejo
de la historia sin saber si ahora, al menos ahora, se nos está
permitido imaginar una victoria que, a día de hoy, nos sigue pareciendo
lejana.
En el imaginario, como no, las trincheras de la Ciudad Universitaria en el Madrid del 36
o la increíble resistencia que ofrecieron los soviéticos en
Stalingrado, aquel invierno en el que el mundo parecía claudicar bajo la
bota de la Wehrmacht. Ahora, digo, los ecos de aquellas otras luchas
remanecen en la conciencia del momento en que se vive y no quisiéramos
que, acaso por inacción, acabara claudicando la esperanza. No
cometeremos el error de silenciar nuestros anhelos pensando que haremos
demasiado poco. Menos es nada y ese menos, ya es importante.
Más de un mes llevan los kurdos resistiendo la ofensiva del Estado
Islámico. Rodeados casi al completo, desabastecidos de armas y con la
frontera turca cerrada, las milicias kurdas, los hombres y mujeres de
las YPG/YPJ, combaten calle a calle, palmo a palmo, por
defender Kobane de las garras del fanatismo islámico; una ciudad que,
como toda la Rojava, quiere vivir libre de tiranos de todo pelaje. Por
eso estamos con ellos.
Esta no es una batalla geoestratégica más. Ya sabemos que EEUU no
considera prioritaria la defensa de Kobane y que Turquía hace oídos
sordos a las peticiones que reclaman que abra su frontera para dejar
pasar a los kurdos que quieren sumarse a la resistencia. Pero también
sabemos por qué miran para otro lado. Lo ha dejado bien claro el
antropólogo David Graeber en un artículo de reciente publicación. Quieren acabar con Kobane porque es el ejemplo de que es posible organizarse de manera autogestionaria; y eso, hoy por hoy, sigue siendo demasiado peligroso para el poder, lleve la máscara que lleve.
Por eso celebramos cada día que pasa sin que la ciudad haya caído en manos de ISIS. Por eso, y porque ―mal que nos pese― la encomiable resistencia de las gentes de Kobane
ha conseguido que, al menos por esta vez, un importante sector de la
opinión pública haya tenido la oportunidad de conocer una experiencia
real, con sus luces y sombras, de autogestión política y económica
generalizada. Y todo ello en una vasta región que, hasta hace bien poco,
permanecía fuera del foco de la atención mediática. Sea por lo que
fuere, solo podemos desear que la ciudad resista y logre sobreponerse al
trauma. Al fin y al cabo, su futuro también es el nuestro: autogestión o
tiranía, libertad o represión; esa es la lucha. Que no pasen pues.
- Este es mi segundo artículo publicado en el Murray Magazine.
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