Quién puede dormir, Georg... Quién puede dormir ahora. Nadie. Nadie puede dormir ahora. Tú, con tus poemas amarillos y la foto de tu hermana arrugada en el bolsillo de atrás. Yo, con tus libros y mis cuadernos mezclados sobre la mesa, ya con la lengua hinchada y la historia rota, el paladar partido. Recuerdo el verso... Es parecido a una tormenta. No quiero mirar de nuevo. Me susurras al oído que meta la cabeza dentro, que abra los ojos. Es muy viscoso. Por qué salió mal, Georg, cómo podemos soportar tanto.
Un poema que habla de castillos abandonados, casas en ruinas, un pozo en el que alguien tira toda su ropa, todos sus libros... El fracaso resbalando por la piel. Huele muy fuerte. Tú lo sabes bien, Georg, a qué hemos venido aquí. No tengo guerra y luego tampoco hay paz... Oyes sus gritos. Todavía los oyes. Cuántos muertos dependen de ti... No tienes vendas con qué curarme, Georg; se te acabó el tiempo y la morfina y ahora esos chillidos clavados en el vientre. Mis poemas ya están morados, huelen a cieno. Te dije que no vivirías para contarlo. Te dije que olvidaras a tu hermana. Te dije que me enseñaras a olvidar.
Cuando me coges las manos y me miras de frente, todo el presente me sabe a polvo. No tengo fuerzas, Georg, tú sabes de lo que hablo cuando te escribo aquello de los caballos muertos abiertos en canal. Sus ojos inconsolables, la vida como ese soplo de viento frío... Tú los has visto. Vamos a huir de madrugada. Destruyámoslo todo. Que no quede más esperanza que dar o regalar, que no queramos empezar de nuevo, que se aleje de una vez el aire limpio, el tiempo del amor inesperado sobre la cama vieja. Vamos a cavar un pozo. Será un poema negro, ancho y hondo, como uno de aquellos cráteres. Tú me dirás lo que hay que echar. Por no tener, ya no me queda ni tan siquiera angustia. Pesa demasiado esto que sabe a decepción.
Leo tu vida como si fuera un cuento, Georg, un cuento ruso. Fuiste valiente. Fuiste obstinado. Confundo aquellos versos con las palabras del sueño. Es mucho más que eso... No es solo la ceniza de la víspera, sino el jardín seco. Si sigo tu consejo, me acabaré convirtiendo en alguien que no quise ser. Me aferro a las espinas para no caerme. Es el desequilibrio. Poemas amarillos en el centro de la noche enferma. Hace calor, pero yo tengo frío. Te miro a los ojos como si pudieras revelarme algo, darme la clave de tanto error. Pero tú callas. No puedo dormir.
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