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Tienes un relato atravesado. No sabes cómo cerrarlo. Es la historia de un hombre obsesionado con la I Guerra Mundial que colecciona fotos relacionadas con ese conflicto bélico: soldados deformados por los gases químicos, mujeres capturadas exhibidas como trofeos de guerra, niños famélicos, caballos muertos... La historia se ha detenido en un punto en el que la mujer del protagonista se ha quedado embarazada. Poco después, ella descubre la macabra colección de su pareja y su relación encalla. A partir de ahí, no sabes cómo continuar la historia. Las ideas que tenías apuntadas al principio ya no te valen para nada porque el relato gira sobre una trama distinta. Todo te esquiva. Querías escribir un cuento tipo Vida de Anne Moore, pero se ha convertido en una historia donde el barro y las trincheras han aparecido finalmente. Te preguntas qué cuenta de ti ese relato ahora. Has soñado con ratas.
ii
El cuento se detiene justo como lo ha hecho la otra historia. Manejas las distancias con una sutileza que ya no es tal y al final tuerces la boca. Abres el cuaderno donde el relato duerme y escribes un poema al margen. Hablas de ella, de los poemas que leíste cuando la viste por primera vez. La otra historia se solapa con lo que quieres contar. Te preguntas qué pretendes coleccionar ahora... Miras su rostro. Duerme en el sofá y hace calor. Sientes como te punza un resquemor antiguo. Y sin saber por qué, intuyes que te juegas mucho más de lo evidente acabando ese maldito cuento. Si fuera posible escapar de tu cabeza... Tienes la boca llena de barro. Quisieras huir de tu propio imaginario. Escuchas el tronar de los obuses. Cuál es tu colección macabra... Qué es lo que te juegas al guardarte tanto dentro... Tal vez las ratas se hallen en tu propia conciencia. Una vez más, callas. Y continuar es imposible.
- Esta entrada es una reelaboración de esta otra.
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