En el sueño, el personaje emprende una carrera sin principio ni final. Tiene dos compañeros. El padre postapocalíptico que protagoniza The road y John Coltrane. Los tres escapan de una manada de perseguidores enfurecidos. Atraviesan calles desoladas, saltan muros gigantes, escapan por rendijas minúsculas abiertas como heridas en la piel de la ciudad. Todo se viene abajo. Ni siquiera la naturaleza es capaz ya de sobreponerse al caos.
En el sueño, el mundo se pliega sobre sí mismo. Puede ser que el sueño nazca de la lectura alucinada del libro del polvo. Coltrane se para. Mira a los otros dos. El personaje se detiene y tose, dobla la espalda y empieza a escupir sangre. El padre le pone la mano en la boca; le obliga a levantar cabeza. Aguzan el oído y escuchan gritos. Ya vienen... Los cristales de las ventanas tiemblan. Los tres se ponen de nuevo en marcha. Corren, apretando los puños y midiendo sus fuerzas; corren, mirando hacia atrás cada cinco minutos. Corren. Como si llevaran el fuego de Prometeo, corren.
En el sueño, el personaje se repone de su extraña enfermedad. Le ves corriendo con una determinación salvaje. Coltrane es joven y nadie sabe quién es. Los tres tienen la convicción de que nunca darán con ellos. Los perseguidores morirán consumidos en su ansia insatisfecha.
Mientras corren, miran hacia los lados de reojo. Los edificios caen, los árboles podridos se desploman sobre el suelo al paso de los corredores. Ni siquiera la noche consigue que se detengan. Al mirar hacia atrás, comprueban sin terror que los perseguidores han encendido antorchas. Una serpiente de fuego intenta darles caza. El personaje tose y se echa la mano a la boca. Se vuelve a manchar de sangre. Coltrane le mira y le grita que no pare de correr. El personaje escupe una vez más y aprieta el paso. A pesar del asco y la molestia, se siente cada vez más fuerte. No nos cogeréis vivos, dice. Llevamos el fuego, dice. El viento levanta una cortina de polvo que atraviesan como un cuchillo. Luego despiertas.
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