El personaje no duerme. No ha dormido. Amanece con un nudo en el estómago y el rostro cruzado por el dolor. El sufrimiento es un reloj parado, una rendija de sol mordiéndole la espalda, un torbellino de imágenes sordas que giran sin parar y con denuedo.
Lo ves pasar la noche con los ojos abiertos. Le sacuden los recuerdos y le conmociona el miedo. El futuro es una bolsa negra, llena. Te metes en su cabeza. Es lo que ves:
Un hombre y una mujer pegando carteles, ateridos de frío.
Un hombre y una mujer pintando unas pancartas.
Un hombre y una mujer que se aman en la calle, que se aman en los bares, que se aman en el autobús, abrazados en su pequeña cama, en el sofá y el suelo del hogar que comparten durante unos meses.
Un hombre y una mujer que pasan los veranos trasnochando, tirados desnudos sobre el colchón donde apuran la madrugada viendo películas y escuchando a sus vecinos charlar.
Un hombre y una mujer que se gritan y se besan y se acusan y se aman y se insultan y se agreden y luego se arrepienten, lloran, se huelen y se aman, y después, cuando amanece, comparten un café que les sabe a esperanza y vida nueva, líquido amuleto o poción contra el desastre.
Una mujer y un hombre que beben en plena oscuridad, anhelantes y enfrascados en una conversación silente.
Un mujer y un hombre, abrazados por el cuello, justo antes de decir palabras grandes, poseídos por una emoción salvaje y unas ganas de vivir que queman, pero también asustan.
Un mujer y un hombre, abrazados por el cuello, justo antes de decir palabras grandes, poseídos por una emoción salvaje y unas ganas de vivir que queman, pero también asustan.
Una mujer y un hombre, cruzados, junto a una fuente, borrachos y sanados, al fin, sin más rencor ni reproches que arrojarse, presintiendo -acaso por primera vez- el valor de la humildad y el precio a pagar por lo que presuponen una falsa independencia.
Una mujer y un hombre que se despiden para siempre, aunque es un siempre a medias.
Entonces, el personaje se levanta del sofá, se tambalea. Está borracho y tiene ganas de vomitar. Cuando se mira en el espejo, el personaje se descubre recordando otro espejo más grande. Es lo que ves:
Un hombre y una mujer desnudos frente al espejo, manchados, resolviéndose en los postres mientras escuchan a Coltrane y terminan una botella de vino.
Una mujer y un hombre bebiendo cerveza en la cama, en una habitación donde pasó una madrugada entera leyendo los relatos que escribiera el año que creyó volverse loco. Hablamos de él.
Una mujer y un hombre que se separan y se encuentran y se vuelven a separar.
Un hombre y una mujer abrazados en una esquina... Poco después de que la viera con el pelo revuelto, agitándose como una bandera, la única -pensaba, piensa- por la que dejarse matar, y luchar la vida entera.
Un hombre y una mujer que auscultan el desierto de la precariedad, la crisis y el futuro hecho cenizas de los que no fueron tocados con la suerte de la cuna amable.
Una mujer y un hombre apoyados en la barra, contándose secretos, lejanos a pesar de todo y, no obstante, volcados sobre sí cuando la piel les tira y se descubren el uno al otro, intactos y expectantes.
Una mujer y un hombre discutiendo una vez más, de frente y sin tapujos, pero de forma limpia, sin ensanchar la herida, haciendo honor a sus pisadas.
Una mujer y un hombre que ya no pueden más, llenos de polvo y con la lengua seca.
Basta. El personaje estrella una antigua maldición en la pared. El daño es otro. El golpe es otro. El personaje recoge el equipaje. La suerte negra. Habla de ruinas... Ojos llenos de arena. Tan cansado como nunca antes... Quisiera que los pasos no le hubieran conducido allí. Ya no hay remedio. El tiempo es plomo y su piel no se dibuja. Cierra los puños. Traga saliva. La foto sigue en su sitio. Sabía que diciembre sería el mes definitivo. Esta vez no; ya no hay preguntas.
La historia no se detiene. La historia se resuelve sola. Un paso adelante y después otro... Es fácil. Así tan siempre, aunque el siempre, a veces, acaba siendo una palabra a medias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario