jueves, 1 de septiembre de 2011

Noventa años menos

Cartel de la exposición del grupo Die Brücke en la Galeria Arnold de Dresde (E. L. Kirchner)

Si tuviera noventa años menos no escribiría ni sería de aquí, y bebería más, mucho más. Intentaría ser pintor, viviría en Berlín y pasearía de la mano de la baronesa Meyer, una joven desclasada tras su temprano matrimonio con un aprendiz de artista, por aquel entonces yo, fabulado yo. Si tuviera noventa años menos y estuviera casado con la baronesa, iría todas las tardes a tomar cerveza a casa de Otto Dix, para verlo pintar, echarle un cable y debatir, siempre debatir, sobre la situación política del país y la necesidad del compromiso. Seguramente él y su mujer me recomendarían que me olvidase del asunto, que no fuera gregario y que me dedicara a pintar encerrado en mi pequeño estudio. Pero no les haría caso. Mi mujer, la baronesa, sería militante del KPD y amiga de Rosa Luxemburgo. Yo no sé si al final me comprometería, pero odiaría profundamente a los camisas pardas de las SA y me daría miedo el futuro.

Si tuviera muchos menos años de los que tengo hoy, si tuviera, por ejemplo, esos noventa menos de los que os hablo, sería un diletante admirador de los genios de Die Brücke y un pintor solitario, enemigo de las modas. Llevaría una vida espartana junto a mi mujer y escucharíamos jazz. Leeríamos toda la noche a la luz titilante de un candil de aceite y jamás pasaríamos frío. Nuestra vida correría paralela al pulso del mundo y no le daríamos la espalda a la violencia. Seríamos pintores hiperviolentos, lectores hiperviolentos. Nos iríamos del país cuando todo se viniera abajo y los nazis alumbraran su reinado quemando libros, montañas y montañas de libros... Lloraríamos. Aspiraríamos a ser valientes.


Paula Modersohn-Becker

Si tuviera noventa años menos y fuera un joven pintor alemán, le besaría la barrigota a Paula Modersohn-Becker y cuidaría de su hija tras su muerte. También le quitaría las ganas de pegarse un tiro en el corazón a Kirchner. Sonreiría cada mañana al salir el sol y abriría las ventanas de par en par. Sé que no me gustaría lo que vería en las calles (niñas prostituidas, mutilados de guerra, judíos increpados por la turba nazi) pero lucharía por mantenerme intacto. La baronesa y yo viviríamos encerrados en un amor parecido a una cueva. Si tuviera noventa años vería Europa hecha cenizas y tal vez huyera lejos, muy lejos, por ejemplo junto a Stefan Zweig, pero jamás me mataría. La vida sería dura, tal vez irrespirable, y quizá desearía tener noventa años más para ser un joven escritor que pasase la vida encerrado en su habitación, mientras el mundo se vuelve loco y el amor devora sus entrañas. Tal vez supiera quién soy yo.

1 comentario:

  1. Precisamente ayer leía un prólogo de Alfonso Sastre en dónde habla del expresionismo alemán, refiriéndose a cómo supieron conectar la metafísica con la política (se refiere básicamente al cine) para despertar las conciencias. Eso pasaba cuando teníamos noventa años menos. Creo que yo también me iría a Berlín, pero igual a riesgo de tener que salir corriendo poco después.

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