Rakel dice que este número toca literatura argentina.
Me quedo callado. Inmediatamente pienso en Borges, en Cortázar, y me digo que no. Me digo: no, no y no. Es imposible escribir sobre ellos. Tabú. Objeto ságrado. Tótem. No pongas tus sucias zarpas en el nombre de Yavhe. Cortázar y Borges van cogiditos de la mano hacia el abismo de la eternidad (me refiero a la eternidad inmediata).
Pienso en otros. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete... Y ocho nombres. Sí, me quedo con el octavo. Es César Aira. Supongo que lo conoceréis.
Lo primero que me viene a la cabeza es lo fácil que resulta escribir sobre Aira un minuto después de barruntar la idea de balbucear algo a propósito de Borges o Cortázar.
César Aira y la literatura argentina. Escribiré estrictamente sobre el primero. Lo segundo, eso de la literatura argentina, no sé lo que es, no tengo ni idea. A decir verdad, sólo creo en la literatura a secas. Soy algo parecido a un monofisista literario. Llamadme talibán.
Al lío. De César Aira (Coronel Pringles, 1949) sólo he leído dos libros: Cómo me hice monja (1993) y Cumpleaños (2000). Teniendo en cuenta que ha escrito más de treinta libros, se puede decir que he leído bastante poco de él. No obstante, me atrevo a hincarle el diente al pastel.
Para mí, llegar a César Aira fue fácil. Caminé hacia él a través de un puente ancho y asfaltado llamado Roberto. El apellido, mis ilustrisimos lectores, ya sabéis cuál es. Decirlo hoy en día, escribirlo, cuando su figura se extiende como una mancha de petróleo por los mares del mercado, me da un poco de risa.
Recuerdo perfectamente que cuando leí Cómo me hice monja pensé que a partir de entonces entendería Argentina un poco mejor. Es lo que me pasa con algunos autores. Autores cuyos libros parecieran componerse de retratos emocionales que nos permitiesen, a nosotros los lectores, desplegar una cartografía sentimental a través de la cual, y aun de forma aproximativa, llegar al fondo de las cosas que pasan en el lugar. Podría ser una especie de literatura etnográfica, muy alejada a su vez del naturalismo europeo.
En Cumpleaños, sin embargo, nos enfrentamos a un ejercicio de literatura sin historia. Tenemos en este pequeño libro una obra cuya argumentalidad pivota sobre un eje muy alejado de la fabulación: el de la memoria. Cumpleaños se me antoja un libro exquisito, breve, certero, sin párrafos de adorno ni florituras estructurales. Es uno de esos libros contenidos y bien cerrados desde la primera página. Una obra que se levanta sobre el deber de callar.
Además, Cumpleaños es un libro que guarda lo que a mí siempre me ha parecido un tesorillo de los moros, sí, una pequeña historia de las que emocionan, y que jamás, jamás de los jamases, podré olvidar. Os dejo con ella. Espero que os guste tanto como a mí.
Una historia que me hace pensar: la muerte de Évariste Galois, a los veintiún años, en 1892. Una noche, en una taberna, tuvo una querella a propósito de una mujer, con unos brabucones que quizá eran provocadores profesionales, y no pudo evitar un duelo, pactado para el amanecer. Fue a su cuarto y esperó la hora escribiendo febrilmente, de modo de dejar registro de sus revolucionarios descubrimientos matemáticos. Con la primera luz acudió al campo de honor y lo mataron. Su obra había sido escrita en una noche, y es una obra de gran peso, fundadora de la matemática moderna. Es una historia triste, pero con un final hasta cierto punto feliz, porque pudo dejar el testimonio de su genio, y no vivió en vano. Pudo hacerlo en unas pocas horas, en unas pocas páginas. Un novelista en las mismas circunstancias no habría podido. Él pudo porque se trataba de matemáticas, y porque las matemáticas tienen una notación adecuada. En esto último creo que está la clave. Yo he pasado muchos años inútiles, toda mi juventud, buscando la notación de la literatura; dicho de otro modo, he empleado mi vana supervivencia en soñar el instante de mi muerte anticipada.
Me quedo callado. Inmediatamente pienso en Borges, en Cortázar, y me digo que no. Me digo: no, no y no. Es imposible escribir sobre ellos. Tabú. Objeto ságrado. Tótem. No pongas tus sucias zarpas en el nombre de Yavhe. Cortázar y Borges van cogiditos de la mano hacia el abismo de la eternidad (me refiero a la eternidad inmediata).
Pienso en otros. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete... Y ocho nombres. Sí, me quedo con el octavo. Es César Aira. Supongo que lo conoceréis.
Lo primero que me viene a la cabeza es lo fácil que resulta escribir sobre Aira un minuto después de barruntar la idea de balbucear algo a propósito de Borges o Cortázar.
César Aira y la literatura argentina. Escribiré estrictamente sobre el primero. Lo segundo, eso de la literatura argentina, no sé lo que es, no tengo ni idea. A decir verdad, sólo creo en la literatura a secas. Soy algo parecido a un monofisista literario. Llamadme talibán.
Al lío. De César Aira (Coronel Pringles, 1949) sólo he leído dos libros: Cómo me hice monja (1993) y Cumpleaños (2000). Teniendo en cuenta que ha escrito más de treinta libros, se puede decir que he leído bastante poco de él. No obstante, me atrevo a hincarle el diente al pastel.
Para mí, llegar a César Aira fue fácil. Caminé hacia él a través de un puente ancho y asfaltado llamado Roberto. El apellido, mis ilustrisimos lectores, ya sabéis cuál es. Decirlo hoy en día, escribirlo, cuando su figura se extiende como una mancha de petróleo por los mares del mercado, me da un poco de risa.
Recuerdo perfectamente que cuando leí Cómo me hice monja pensé que a partir de entonces entendería Argentina un poco mejor. Es lo que me pasa con algunos autores. Autores cuyos libros parecieran componerse de retratos emocionales que nos permitiesen, a nosotros los lectores, desplegar una cartografía sentimental a través de la cual, y aun de forma aproximativa, llegar al fondo de las cosas que pasan en el lugar. Podría ser una especie de literatura etnográfica, muy alejada a su vez del naturalismo europeo.
En Cumpleaños, sin embargo, nos enfrentamos a un ejercicio de literatura sin historia. Tenemos en este pequeño libro una obra cuya argumentalidad pivota sobre un eje muy alejado de la fabulación: el de la memoria. Cumpleaños se me antoja un libro exquisito, breve, certero, sin párrafos de adorno ni florituras estructurales. Es uno de esos libros contenidos y bien cerrados desde la primera página. Una obra que se levanta sobre el deber de callar.
Además, Cumpleaños es un libro que guarda lo que a mí siempre me ha parecido un tesorillo de los moros, sí, una pequeña historia de las que emocionan, y que jamás, jamás de los jamases, podré olvidar. Os dejo con ella. Espero que os guste tanto como a mí.
Una historia que me hace pensar: la muerte de Évariste Galois, a los veintiún años, en 1892. Una noche, en una taberna, tuvo una querella a propósito de una mujer, con unos brabucones que quizá eran provocadores profesionales, y no pudo evitar un duelo, pactado para el amanecer. Fue a su cuarto y esperó la hora escribiendo febrilmente, de modo de dejar registro de sus revolucionarios descubrimientos matemáticos. Con la primera luz acudió al campo de honor y lo mataron. Su obra había sido escrita en una noche, y es una obra de gran peso, fundadora de la matemática moderna. Es una historia triste, pero con un final hasta cierto punto feliz, porque pudo dejar el testimonio de su genio, y no vivió en vano. Pudo hacerlo en unas pocas horas, en unas pocas páginas. Un novelista en las mismas circunstancias no habría podido. Él pudo porque se trataba de matemáticas, y porque las matemáticas tienen una notación adecuada. En esto último creo que está la clave. Yo he pasado muchos años inútiles, toda mi juventud, buscando la notación de la literatura; dicho de otro modo, he empleado mi vana supervivencia en soñar el instante de mi muerte anticipada.
Sí, lo sé, os ha gustado. Muchas gracias.
- En La rara, número 2 (puede leerse online pinchando aquí).
- En La rara, número 2 (puede leerse online pinchando aquí).
Pues yo a César Aira aún no le he leído nada, pero si hay que leerle algo, se lee.
ResponderEliminarHace menos de un año cayó en mis manos "Cómo me hice monja", gracias ala bilioteca pública de Lleida. Igual me engaño, pero diría que fui su primer lector por el crujir de las pàginas. Es un texto impresionante por su belleza y su amargura. Igual es argentino, pero eso... qué más da?
ResponderEliminarestaba en un hotel en buenos aires cuando lei esta nota, me parece un gran escritor
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