Hola Sergi.
Te escribo rápido. Me he despertado temprano para anotarte unas líneas antes de ir al trabajo.
Precisamente, hoy te quería hablar del tiempo. En el verano, cuando seguí tus consejos de ayuno digital y le di de lado a las redes sociales, empecé a pensar en mi relación con el tiempo; no solo sopesé cuántas horas y minutos paso a lo largo del día en el espejo del móvil, sino qué hago con mi tiempo, cómo lo estoy gastando y, sobre todo, cuál es el ritmo que me marco para hacer las cosas, es decir, cuál es mi velocidad.
En la escuela me enseñaron que velocidad es espacio partido por tiempo. Pero ahora sé que es mucho más. En esas semanas de vacaciones de las que te hablo, mientras leía en la playa o paseaba, casi de noche, por los caminos de mi pueblo, le he dado muchas vueltas a mi concepción del tiempo. Sí, yo también me dejo llevar por esa extraña forma de compulsión con la que lo hacemos todo. Me siento como un autómata cuando agarro mi móvil sin saber concretamente qué quiero hacer con él. Me siento como un autómata cuando entro de cabeza en la espiral infinita de tareas diarias, muchas de ellas fútiles o desprovistas de una significación tangible. También me siento como un autómata cuando, en vez de sentir mi red de afectos como un sostén, la pienso como una trampa. Me siento como un autómata cuando me siento incapaz de construir en mi cabeza un mundo distinto al que heredé de la cultura dominante.
Pero, ¡ojo!, que he tomado decisiones. ¡Me he comprado un reloj! Es pequeño, ligero y sobrio; negro y dorado, funcional. Me lo compré, sobre todo, para no tener que mirar el móvil cada vez que quiero saber la hora. Aunque también lo uso como un amuleto que, si bien me recuerda mi capacidad de incidir sobre el cómo quiero pasar mis días y noches, también hace visibles cuáles son mis cadenas. Porque sé para que se inventaron los relojes... Conozco cuál fue su papel en la configuración social del capitalismo durante la modernidad y cómo contribuyeron a enajenar el tiempo de las personas, secuestrando nuestras vidas en una maraña de dictados y normas sociales cuya única finalidad es enriquecer a unos pocos.
Acabo ya. Esa reflexión sobre el tiempo también la he alimentado con la lectura de unos cuantos libros que abordan el tema de una manera más o menos directa. El que más me gustado ha sido El tiempo regalado, de Andrea Köhler, un ensayo que daría para otra carta, y que tengo lleno de páginas dobladas y subrayados. Este es uno de ellos: «El ser consciente de que está vivo porque ha sido tocado por la muerte es el hombre».
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«Cartas a Sergi» es una serie de entradas escritas tras la lectura de Ayuno digital, de Sergi Onorato Esteve (Descontrol. Barcelona: 2023), y publicadas originalmente en La Banda de los 4.
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