i
Empiezo por elegir la imagen. Cielo gris sobre el páramo seco. Pienso en la tierra hambrienta. Atravesándola de parte a parte, los caminos por donde voy contigo, cogidos de la mano y sin mirar atrás. Aquí hemos llegado, mujer. Esta es nuestra casa, compañera. Donde hay amor, no hay miedo.
ii
Echo un vistazo al blog. He procurado escribir una entrada al mes en este último trimestre. Ese es mi objetivo mínimo. No quiero desconectarme de este espacio donde escribo sin mirar a quien me mira. Lo contaba ayer en «Despedida y cierre», el último post que publiqué en el Diario de un editor de piedra: necesito apartarme, dar un paso atrás y ensombrecer mi rastro. Habitar la esquina. Porque elijo el secreto. Elijo el papel y el lápiz. Me duelen los ojos de transitar por este mundo lleno de pantallas y, sin embargo, mudo.
iii
Acabo el año con palabras en la cabeza: vejez, bondad, sábana, tranquilidad, cariño, compromiso, trabajo, paz, poesía, belleza, lentitud, olas... Y padre. Pienso cada día en él. Huelo sus manos. Admiro su elegancia. Me emociona su tono de voz, su manera de aconsejarme, sus manos agrietadas, hechas para construir. Lorenzo, el albañil. En ti me planto. En tu recuerdo soy, estoy.
iv
Lo escribí hace unos años: «Nada arraiga en la niebla». Y le doy vueltas al mundo infinito de mi propia piel. Cómo esquivar las trampas de la virtualidad... Me toco la cara. Suenan las campanas marcando las once. Noche cerrada y silencio en el pueblo castellano. Qué hago aquí, pregunto. Hago lo que hago. Y basta. Como tú, padre, mi patria en mis manos. No le temo al año que entra.
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