viernes, 30 de noviembre de 2018

Una reseña de 'El Club de los Poetas Hiperviolentos'


Juan Cruz López (1979) es el autor de esta recopilación de narraciones cortas editadas por Piedra Papel Libros en el año 2016. Este es el tercer libro de relatos del autor; el primero fue 50 pasos para dar el salto… (2008) y el segundo Cuento y aparte (2009). 

El Club de los Poetas Hiperviolentos está compuesto por trece relatos que nos transportan al universo interior del autor, más bien a esa parte que lo define como enamorado de la escritura; es decir, a su posicionamiento ante el mundo como escritor impenitente, porque ese es el contenido esencial del libro: pasión por el papel y la pluma, simbólicamente hablando. ¿Usará Juan Cruz todavía papel y pluma para escribir? 

El primer relato que abre el libro es «Germania». Esta narración profundiza en una amistad perdida, doliente —las pérdidas suponen un daño emocional ineludible—, que tras el paso del tiempo se intenta recuperar, mas ya no es lo mismo, un abismo separa a los protagonistas. Es también la historia de una traición, de sombras que acosan en esas encrucijadas en las que los destinos se separan. «El odio» nos cuenta una historia de miedos a encontrarse de bruces con una verdad indeseada: ¿mi padre fue un héroe o un maldito cobarde? Quizá la respuesta no tenga, a fin de cuentas, demasiada importancia, pero para Jon sí la tiene y la búsqueda que inicia va a tener costes que hay que pagar. «Felicidad» es el apunte de un viaje antropológico en el que los indígenas estudiados sufren el acoso de la sociedad moderna, un acoso del que nadie se libra: «el mundo es un gran saco de mierda», dice el desesperado protagonista. La vuelta a la civilización es la vuelta al miedo: «Un miedo real y sutil que penetró en nuestras conciencias y, sin embargo, nos hizo despreciar el riesgo de una vida replegada sobre sí misma». 

«La historia de Leo» es tierna y en algunos párrafos me recuerda lo que soñaba yo de pequeño, y mis planes para conseguir ser en el futuro un gran escritor. De lo que menciono se deduce que Leo quiere ser escritor, y lo desea con una determinación férrea, sin titubear un instante en su firme decisión. Así van transcurriendo los años y la obra, su obra, crece pero no logra publicar nada, eso le estresa sobremanera. ¿Finalmente lo logrará? «La mansión dorada» es un cuento de terror, según Juan Cruz, en el que las páginas de un relato corto tienen, necesariamente, por exigencia del editor, que crecer a golpe de ingenio; pero, claro, en ocasiones la creatividad se ve envuelta, inesperadamente, por una oscuridad poblada de formas acechantes que agitan el corazón y hacen sudar las palmas de las manos. «Personajes» es una metáfora divertida en la que los protagonistas que habitan en el escritor pretenden emanciparse de él. Así, Conan, Paul Auster, un nazi o el mismísimo Julio Cortázar pululan por un cajón repleto de palabras y de frases escogidas. El escritor tendrá que decidir si dichos personajes viven o mueren; la rebelión de estos es efímera, él es el dios omnipotente que gobierna sus limitadas existencias. 

Todavía quedan más relatos, a cual más interesantes. «Pareja» explora un amor atrevido, cargado de poesía, en el que el miedo está presente —cuando no—. No me olvido de «Todos somos detectives» en el que se narran las peripecias de unos aprendices de brujo, del verso, claro. «Etnografía» es una narración dura, de horror y etnocidio en el que el inevitable hombre blanco, amparado en dioses y profetas, mancilla, viola y mata porque sí, porque puede hacerlo, hasta que es a su vez eliminado como lo que es: una plaga maligna. «Sin respuesta» es una reflexión sobre el sentido de la literatura para el que escribe: «Entonces me contestó, con la mirada del hombre más viejo de la tierra, que estaba hablando de la literatura como sucedáneo de la vida que no se tuvo». 

«Al otro lado del espejo» nos expone una máxima: no podemos protegernos del hecho mismo de vivir; el miedo mata la experiencia vital. «Nieve» coloca al amor en primer plano pero este es un amor sin palabras, una mera representación, sin promesas ni exigencias. Y por fin, «El Club de los Poetas Hiperviolentos», una locura hecha poesía en la que adoradores de la poesía se rebelan contra todo lo establecido, incluso contra sí mismos, en busca de un espacio único en el que ser con el verso, aunque eso les cueste romper con el mundo, tal vez hasta con los otros que aman… En realidad, al final, su hiperviolencia no era para tanto; si bien, cuando el pasado era presente para los protagonistas sí lo fue. El amor al papel y a la pluma tiene sus riesgos, unos riesgos que hay que asumir si se quiere penetrar en esa dimensión en la que las formas sutiles crean palabras hermosas, y estas, a su vez, confirman la presencia de dichas formas sutiles en el mundo material.

Ángel E. Lejarriaga

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