miércoles, 19 de abril de 2017

Novela de ajedrez: un apunte en blanco y negro


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Creo recordar que hace más de un año, en un documental sobre Stefan Zweig, supe por primera vez del nombre de uno de sus libros que no me sonaba de nada: Novela de ajedrez. Hace unas semanas me topé con ese título en una pequeña librería de Burgos. Un fragmento del texto de contraportada me cautivó: «Si Novela de Ajedrez nos presenta el choque de dos naturalezas antagónicas, nos muestra también, y en buena medida, la capacidad de resistencia del ser humano sometido a una presión extraordinaria». Y me lo compré. Ya en casa descubrí una pequeña obra maestra de menos de cien páginas. Una historia certera, contenida y, a la vez, pespunteada de símbolos que permiten hilar la propia historia de Zweig, que al mismo tiempo es la de Europa.

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Nunca he sabido jugar bien al ajedrez. No ando sobrado de la paciencia requerida para jugarlo con pericia. Sin embargo, sí he reconocido la obsesión por ese juego en varios amigos que, al mismo tiempo, son amantes de la buena literatura. Uno de ellos, mi amigo David, lector aventajado de clásicos de aventuras y terror, se quedó prendado del campo de escaques hace unos años. Él, tan punki y descreído, al final se ha convertido en un soberbio ajedrecista.


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Y sin embargo, no sé muy por qué, imaginé un diálogo irreconciliable sobre la cuestión de los libros de relatos como una partida de ajedrez en la que cada intervención fuera asemejable al movimiento de una pieza. Eso fue lo que hice en «Problema en blanco y negro», uno de los dos relatos que forman parte del «Anexo para fanáticos» con el que se cierra El Club de los Poetas Hiperviolentos. Un problema irresoluble, decía, el de la naturaleza de los libros de relatos que, como no podía ser de otra manera, solo podía acabar en tablas.

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