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Llevaba esperando su publicación un tiempo, pero al fin ha salido de imprenta. El nombre de los hombres es mi "primer" poemario. Lo pongo así, entre comillas, porque no es exactamente cierto. Mucho ha llovido desde que hiciera mis primeras encuadernaciones de poemas sueltos. También han pasado bastantes años desde que juzgara no demasiado indecoroso hacer públicos algunos poemas, torpes la mayoría, que decidí agrupar bajo el título Atlas de una juventud en fuga. Mientras tanto, también, una par de libros de relatos y la aventura Piedra Papel Libros. Demasiado peso en el morral, pienso a veces. De todas formas, lo importante es que ha sido publicado al fin. Y que lo edita Baile del Sol, una editorial a la que sigo la pista desde hace años y que agrupa en su catálogo a un puñado de autores a los que seguiré leyendo siempre: Jorge Riechmann, Antonio Orihuela, Ana Pérez Cañamares o Gsús Bonilla... Además, tengo que celebrar la coincidencia de que mi amiga Yolanda Ortiz, con la que comparto azares poéticos y existenciales, publique a la misma vez, y también con Baile de Sol, su último poemario: Manotazos al aire, del que espero dar cuenta pronto en Nueva Gomorra.
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Aunque no me gusta hacer lecturas sesudas de mis propios textos, algún día espero escribir un pequeño artículo que trate, aun de forma ligera, sobre el proceso creativo del poemario. De hecho, a muchos de los lectores -amigos todos- que se enfrentaron al manuscrito cuando estaba en pañales, les sorprendió el borrador porque, antes que nada, rompía con mi manera de escribir poesía hasta entonces. Efectivamente, El nombre de los hombres es un poemario orgánico, que se puede leer como una historia, si se quiere de un tirón, y que nace de un proceso reflexivo que, por un lado, deviene de lecturas dispares, se diría que antagónicas, a propósito de la condición humana, y, por otro, de una interpelación al yo que toma como coartada elementos ficcionales, y autoficcionales, a través de los cuales pretendía hacer valer una sentimentalidad ética, no atenazada por debates de actualidad ni posturas críticas, y autocríticas, que no hubiera incorporado previamente.
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Gracias a mi propia experiencia desde la trinchera de la edición, sé que ahora es cuando empieza todo. Un libro acaba siendo lo que su recorrido marca, así que no importa tanto el fin, el cómo acabe, sino el camino que dibuje: por dónde pasa, quién lo acompaña, lo que le hace retomar fuerzas, quién le da de beber... Cada lector es importante. Cada lectura, hasta la que no se hace, dice mucho de todo lo que rodea a la obra, de quién lo tiene entre las manos, de qué une a cada lector con el libro en sí y, en menor medida, con el propio autor del mismo. En ese sentido, las citas que encabezan el poemario son precisamente eso, encontronazos con la obra de otros, tomas de sentido que, mal que me pese a veces, amplificaron en su día mi percepción de lo que pasa. Este último párrafo, por tanto, es un pequeño homenaje a todas las vidas y lecturas que me llevaron hasta aquí. Todo se mezcla, y eso es bueno. Espero que alguno de vosotros encuentre en este libro un poco de agua bajo el sol abrasador.
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