i
La noche crece, inesperada, en tu interior. No es malo. No es bueno. Sabes cuál es tu precondición. Saboreas el tiempo de este acontecer distinto. Quizás subestimaste tu propia capacidad. No sabes cuántos pasos te harán falta para dar el salto... Ya ni siquiera te preocupas por eso. Tal vez sea esa tu mejor victoria; la única irrefutable.
ii
Tus lecturas abandonadas en un rincón de este lugar del mundo. Habitaste estas paredes con la extraña determinación de un morador de paso. Ir desde aquí al sitio que elegiste cuando, hace mucho tiempo, renunciaste a pastorear junto a los otros. Ya te da igual presentir esa tormenta. No habrá nadie que te arranque tu secreta satisfacción.
iii
La alegría, te dices, con la media sonrisa de tu boca torcida. No sabes ni por qué te mereciste renacer de nuevo. Esa maldita primavera, una vez más, incombustible. Todos los caminos te parecen habitables. Esa aventura ciega que está por llegar... De la mano del antiguo salmo, resbalas consecuente con la vieja lección del cuerpo. Te meces en el viento de su piel y ya no temes. El deseo que no sacias testimonia tu bendita curiosidad. Tu sed ya no es la otra. Cuánta fortuna al fin.
iv
Qué llueva o truene, da igual, llevas la marca de los que nunca desesperan. La paciencia ya te colma de esperanza. Un paso delante y luego otro... Giraste la cabeza y viste destellar los ojos de la fiera. Que te huela y te persiga, te dices con las manos llenas de polvo. Miras al cielo sin miedo. Caen las primeras gotas. Ya llueve. Sientes como se hincha el mundo (y tú con él). Podrías dormir mil años.
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