lunes, 23 de febrero de 2015

Las máscaras difusas del totalitarismo


Fue hace más de tres meses cuando escribí mi último artículo para Murray Magazine. Por entonces, el enclave de Kobane, en la zona siria del Kurdistán, se hallaba tomado casi a la mitad por las milicias del Estado Islámico. En ese momento, buena parte de la prensa internacional daba por hecha la capitulación del sitio y enumeraba las posibles consecuencias del avance de ISIS en la zona, fronteriza con Turquía y de un valor geoestratégico de primer orden en Oriente Medio. 

Cuatro meses después, las milicias kurdas, no sin el apoyo de los ataques aéreos de la coalición internacional, encabezada por EEUU, han logrado revertir la situación, controlando la totalidad de Kobane y su entorno más cercano. Paralelamente al avance kurdo, se ha consolidado un movimiento solidario de carácter mundial para con este pueblo que carece de precedentes y que ha valorado especialmente el papel de las milicianas de las YPJ, convertidas en un icono de la resistencia kurda contra el fanatismo islámico. 

Mientras tanto, y a pesar del poco tiempo que suponen esos meses citados, muchas cosas han cambiado en relación al tema que nos ocupa. La batalla de Kobane ha resituado el conflicto kurdo en el tablero de la política internacional y, a su vez, ha favorecido el ―digámoslo así― singular descubrimiento del “proceso revolucionario” desarrollado en la región de la Rojava desde hace algunos años. Por otro lado, el atentado yihadista contra la redacción del semanario Charlie Hebdo y la reacción islamofóbica consiguiente al tratamiento mediático de la noticia, han puesto a ISIS en el punto de mira de la política antiterrorista internacional, desatando los consensos necesarios para, acaso una vez más, incrementar las medidas de seguridad que posibiliten la mejor defensa de la estabilidad de nuestros “regímenes democráticos”. 

Volviendo a Kobane, llama la atención que los mismos medios que hace tres meses daban por hecha la caída de la ciudad, celebren ahora la derrota del Estado Islámico, incidiendo en trasladar a sus lectores esa visión demoníaca de las milicias de ISIS, deshumanizando el terror y, lo que se antoja más grave, haciendo el juego a sus mecenas ―esos grandes grupos empresariales de los que dependen― poniendo el ojo en el dolor ajeno y silenciando el sufrimiento de los millones de personas que, debido a la ley del dinero, están atravesando una situación social insoportable y conducente, en miles de casos, a la enfermedad mental, el secuestro de la esperanza o el suicidio. 

Sin ánimo de simplificar, lo que quiero denunciar es la zafiedad de su estrategia. No es nada nuevo. Pienso, por ejemplo, en el discurso bestializador del aparato de propaganda yanqui durante la II Guerra Mundial. Efectivamente animalizados, presentados ante el gran público como monstruos crueles incapaces de merecerse un sitio en la familia humana, los nazis se convirtieron en el “espejo negro” en el que se miraron las democracias de la época. Mientras tanto, en el patio interior de los EEUU, miles de negros, asiáticos o latinos, eran tratados como animales de carga, o peor, eran asesinados ―ahorcados como galgos viejos―si osaban rebelarse o tenían la mala suerte de cruzarse en el camino de organizaciones, por cierto bien nutridas de seguidores, como el Ku Klux Klan. Y así hasta bien entrada la década de los 60. 

Lo que espero señalar, y acabo, es la necesidad de desvelar los mecanismos a través de los cuales pretenden convencernos de que vivimos en la mejor de las sociedades posibles, echando tierra sobre el verdadero motor de nuestro sistema económico y político: el sufrimiento democrático de la masa de los de abajo, la alienación perpetua de nuestras propias voluntades, en suma, la ilustrada inhumanidad de esta plutocracia mema, ecocida y nauseabunda, que tan pocas lecciones tiene que ofrecer al mundo.

- Mi tercer artículo en el Murray Magazine.

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