sábado, 7 de febrero de 2015

Esa frontera y tú

Coll del Belitres, Portbou, febrero de 1939.

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Lo viste ayer en una red social. El 5 de febrero de 1939 cruzaban los primeros exiliados por el paso de Coll del Belitres, en Portbou. A su paso, los gendarmes franceses les exigían que entragaran sus armas. Algunos fueron registrados de arriba a abajo, como si no supieran aquellos guardías de frontera cómo era posible esconder tanto dolor. Sé que muchos murieron poco después. Algunos, confiados y optimistas, volvieron sobre sus pasos y acabaron en la cárcel, muchos de ellos fusilados tras un juicio farsa. Otros murieron de hambre o de pena, incapaces de sembrar futuros en las playas, verdaderos campos de concentración, donde fueron conducidos como bestias. Otros tantos se dejarían la vida luchando contra el nazismo, enrolados en la División Lecrerc -la mítica Nueve- o en la propia Resistencia. Te vienen a la cabeza nombres: Machado, Ponzán, los que murieron en Mauthausenlos alemanes del DAS y el que cruzó la frontera en sentido contrario para morir acorralado en la pequeña habitación de un hotel llamado como aquel viejo país ocupado por los boches. Ellos también son tus muertos. Tu familia sentimental. Los tuyos. Los que felizmente te pesan. Los que fueron y son, siguen siendo tu espejo.

Coll del Belitres, Portbou, agosto de 2014.

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Este verano quisistes recorrerlos, seguir la senda de su memoria y, de paso, sacudirte buena parte del dolor de aquellos meses... Ahora que te recuerdas cansado, abrazado al papel mudo, acosado por ti mismo en una espiral de angustia, ahora, que te acuerdas de ti, cruzando la frontera libre y a pie, dejándote detrás, o al menos, dejándote detrás un tiempo, te ves encima de las rocas, mirando con tu cámara a través del ojo de la historia y L detrás, arrastrada por el vértigo de su vida ancha y multiforme, felices sin embargo de saberos, ahora sí, meridianamente conscientes de lo que supuso aquel tránsito: la vida encajonada, los pies hinchados, el frío atravesándoles los huesos, el miedo... Luego entonces, cómo no continuar, cómo rendirse en esta guerra por merecer el nombre de los hombres, cómo plantarse, abandonar, dejarse uno morir y que te aplasten los malditos el camino de una vida distinta, no desalojada de sí, consciente y lúcida, dolorosa, amable y dulce, claro, como solo pueden serlo las cosas que son paridas, humanas, enajenadas del designio de los dioses... La vida de los que dijeron no. Lejos del paraíso, esa frontera también es tuya. Fuíste allí para cruzarla y eso fue lo que hiciste poco después. Que te sirva de recuerdo y talismán, ahora que la sombra te agarra del talón una vez más.

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