lunes, 20 de enero de 2014

Hijos de ciegos


i

Sale en los sueños. Vuelve, no se va. Es imposible olvidar el ojo, el triángulo, el lunar y aquella curva somnolienta justo en el centro de su espalda. También ahí, en aquel bar. Podría ser ese, aunque podría ser otro. Frío. Viento. Lluvia. Las puertas se abren y huele a refugio. Hay gente. Debería preguntarle si fue este... Estaba demasiado borracho entonces como para acordarme ahora; pero no se pueden olvidar los vasos vacíos sobre la barra, la elegancia del gesto, la tibieza de la marca de sus bragas negras y su olor a cansancio. Siempre ese olor. Se apaga la luz. Ahora lo sé. Sí que es el sitio. Y ahora la pena.

ii

Estoy cansado de la espera. Todo el mundo mira y nadie baila. Ella sí. La música es apenas un ronroneo. La luz se apaga a cada tanto y se oyen los roces. La oscuridad nos vuelve ciegos. Heredo el tiempo del que aguarda y ya no sé ni comportarme. Los vasos se vacían al tiempo que el recuerdo se abate sobre el silencio amigo. Ciego. Mudo. Tan solo el tacto esquivo de su pelo consigue sacudirme de repente. Estoy perdido, pienso. Tengo ganas de dormir, digo. Salimos a la calle y la helada nos golpea el rostro. Después la carretera, las horas que vendrán tras el cristal. Libros y tiempo. Tiempo y memoria. Dicen que va a nevar.

iii

Me prestan Subte. Otra novela de Rafael Pinedo. Me lo dejan sabiendo que el escritor me gusta. Hablo del libro: el escenario es todavía más estrecho; túneles de metro, pozos sin luz, hombres y mujeres que viven a ciegas, enterrados bajo el asfalto, tan solo supervivientes. La novela se agita, me hace recordar aquello del gusano en la noche inacabable, lo de los sueños rojos. Un mundo a ciegas donde todo es oscuridad. Perros y hombres atrapados en las tripas de un mundo cadáver. Esa es la pesadilla, pienso. Precisamente ese es el lugar del que hay que huir. Tachas la frase nació con la mirada hecha ceniza. Te lo has leído de un tirón (el viaje ha sido largo).

iv

Oscuridad y ceguera. Estiras las manos. Quieres tocar. Deseas que la venda en los ojos te sirva para sentir más. Deambulas a tientas. Tienes los verbos sucios. Sueñas con que la noche te haga descubrirte otro; otro mejor y otro más justo. No herir a nadie. No tener miedo a golpearse la cabeza una y mil veces. Huir de la elección de los cobardes y tomarle el pulso a la partida. No hacer lo que ella hizo. Ver en lo negro el contorno de lo más negro todavía. No tener miedo a descender más hondo. Piensa en el libro. Tiene la fuerza de convocar un pensamiento firme, una idea salvaje. Huir no es la palabra. Y prosperar tampoco. La forma del mensaje se dibuja en tu conciencia. Toca mirar con cinco letras.

v 

La oscuridad. Los apagones de Nueva York. Recuerda aquel artículo sobre el de 1961. No hubo robos, ni incendios ni pillajes. La gente se dedicó a follar. Al año siguiente, nacieron muchos más niños. Pequeños neoyorkinos hijos de padres ciegos. Hijos benditos de la oscuridad. Neonatos de un mundo que, a cada tanto, debería apagarse. Tal vez así sabríamos el peso del aquí y ahora. Tal vez así tendríamos conciencia del precio del presente y escucharíamos mejor la música del baile. Necesitamos, todos, un apagón y cuenta nueva. Ahora veo con otros ojos. Da menos miedo el cero.

* La fotografía viene de aquí.

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