domingo, 23 de diciembre de 2012

El destino es una bola (cuento de Navidad)

Ilustración de Yann Fastier

La historia de Nacho, que es la historia de Papá Noel, pero también la historia de la mierda de mundo en el que vivimos, se levanta sobre la mirada de tres niños. Es una historia situada en el vestíbulo de un centro comercial cualquiera, una tarde fría y lluviosa del veintitrés de diciembre del año 2000. 

Decíamos que tres miradas. Bien, la primera es la de un niño al que llamaremos Manuel, un niño gordo y algo tímido, de apenas cinco años, que al sentarse en las rodillas de Nacho, en ese momento disfrazado de pies a cabeza de Papá Noel, le pide que le regale una Play Station último modelo. Entonces, Nacho le dice al oído que si sabe que ese cacharro vale mucha pasta y Manuel, que baja la mirada porque se muere de vergüenza, le dice que sí, que lo sabe, pero que Papá Noel es rico porque tiene una fábrica en Siberia y un montón de enanos que trabajan gratis para él y que por eso no debe tener ningún problema para traerle ese regalo. Nacho parpadea atónito. 

El segundo niño de la historia se llama Joan. Es un niño de ocho años, espabilado como él solo, seco como un fideo y alto, muy alto. Joan se sienta en las rodillas de Nacho, levanta las cejas en un gesto cercano al de la decepción y le pregunta que si será capaz de traerle el portátil Macintosh que ha visto con su padre en El Corte Inglés. Nacho, ya un poco mosca, le dice que por qué no iba a ser capaz él, que era Papá Noel, de traerle lo que pidiera. «Porque pareces un Papá Noel pobre», le espeta mirándole a los ojos, «y no me fío de ti». 

El tercero, sin embargo, no le pide nada. Pedrito, que es como se llama el pelirrojo que tiene sentado en sus rodillas nuestro Papá Noel, le mira con una sonrisa y le pregunta si le pica la barba, que a él le habían obligado a vestirse de San José en el colegio y la barba le picaba mucho. «Pues a mí también me pica», le contesta Nacho, «pero me la tengo que dejar puesta». «Porque si te la quitas te echan, ¿verdad?», le dice Pedrito. «Tú lo has dicho». Entonces el niño se baja de las rodillas y le desea que pase unas felices fiestas. «Lo mismo te digo, campeón», le responde Papá Noel con su mejor sonrisa, y se dan un apretón de manos. 

La historia termina cuando Nacho llega a casa con las rodillas molidas y la cabeza como un bombo. Tira el disfraz en un sillón y va a la cocina. Mientras prepara la cena, ojea un periódico gratuito que alguien se dejó en el metro. Encuentra una noticia sobre los agraciados en el sorteo extraordinario de Navidad y la lee de cabo a rabo. Cuando termina, arranca esa hoja del periódico y hace con ella una pelota. Mira el cubo de la basura, que se encuentra a tres o cuatro metros de donde está él, frunce el ceño y se dice a sí mismo que si encesta la bola de papel significará que encontrará un buen trabajo, un piso en condiciones y una mujer que le ame por lo que es.

Nacho se planta en la baldosa, imita el gesto de los que botan el balón de baloncesto antes de lanzar una personal y lanza la bola... El destino se convierte entonces en una trayectoria incierta.

5 comentarios:

  1. Ese, tú sí que eres un campeón.
    Que pases un buen Sol Invicto, un abrazo socio

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  2. El destino incierto del mundo depende simplemente de cuántos Pedritos capaces de ponerse en la piel del otro sean capaces de sobrevivir y regenerase. Para eso sirve la literatura, sobre todo.
    Gracias por tu cuento, Juan. Ya te lo robaré cuando sea profesora.

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  3. Me ha traído el blog de Escritores Sucios. Un placer haber leído tu escrito ¡Felicidades!

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