miércoles, 22 de agosto de 2012

Habitación


Su habitación tenía largos pasillos... Oscuros y largos pasillos que conectaban con las profundidades. Le gustaba imaginarla así. A diario mantenía una lucha constante contra las tribus de hormigas que poblaban cada esquina de su celda. También había humedad, pero le incomodaba menos... Como solía pasarse días enteros en aquella habitación, llegó a acostumbrarse finalmente al mal olor, el olor a humedad, pues, como decímos, casi nunca salía de aquellas cuatro paredes, si acaso alguna vez cada tres o cuatro días para tomar café, respirar un poco, y al menos así, estirar las piernas. Leía, claro que leía. Leía poesía, novela, libros de antropología, de historia, de ciencia… Leía todo lo que le caía entre las manos. También escribía, pero muy de vez en cuando. De hecho, cada vez que se ponía frente al papel en blanco sentía un miedo extraño que sólo era capaz de conjurar en ocasiones. También a veces, muy de tarde en tarde, venía a verle algún amigo y siempre lo encontraban con la habitación revuelta... Aquel paisaje de libros, montañoso, iluminado por la luz que se filtraba por las ventanas tamizadas con recortes de revistas, y ese mandala que, como un enorme puzzle de rostros, crecía cada día en una de las paredes al mismo ritmo que a nuestro hombre se lo iba merendando la nostalgia. Porque esa es la pieza central de este relato. Hay un momento en el que él levanta la vista del papel en blanco y piensa en todo lo que ha dejado. Piensa también en todo lo que está dejando. Hay un vértigo que le persigue cuando al mirarse las manos advierte que nada de lo que ha hecho le ha servido para salir de esa inercia que sabe no ha de conducirle sino al abismo. Porque hay algo evidente en el acontecer de este hombre y es que, más allá del placer suicida que le reporta el abandono, mantiene una creencia profunda en la capacidad salvífica de la literatura. Pero hasta qué punto él se está salvando… Esa es la pregunta. Vuelve a mirarse las manos. Es consciente de que el itinerario de liberación que intuía en el papel, se le ha tornado errático... El silencio es una tentación. Plantearse la pregunta de hasta qué punto nos condena aquello que nos ha hecho ser nosotros mismos es tan doloroso que al instante renuncia a la respuesta. «Es mejor abandonar», se dice. Escapa de la habitación. Sonríe. Ha traicionado tantas veces su voluntad que la trampa lo reconforta y cuando sale a la calle intuye que la fuga no será en absoluto definitiva. Detesta la ficción de la mentira pero solo ella le presta asilo. No sabe qué hay detrás.

3 comentarios:

  1. La ficción de la mentira ¿o la mentira de la ficción? Sea como sea es cierto: no sabemos lo que hay detrás.

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  2. La ficción de la mentira, Lluís, solo eso.

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  3. "Plantearse la pregunta de hasta qué punto nos condena aquello que nos ha hecho ser nosotros mismos es tan doloroso que al instante renuncia a la respuesta". Me quedo con esto, Juan, aunque nunca hay que renunciar a la respuesta...

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