lunes, 26 de diciembre de 2011

Evtuchenko, el frío y la memoria


Leyendo a Evtuchenko por la noche. No recordaba lo bueno que era. Ahora, de paso, recuerdo cómo llegó hasta mí.

Leyendo a Evtuchenko por la noche. Entonces también hacía frío, tiritaba. A veces enfermo, a veces cansado, a veces con la boca llena masticando días que parecían pasar a borbotones. Por entonces Evtuchenko era la voz de Mario recitando borracho por el pasillo, la noche entera esquilmada a los sueños escuchando jazz, sin pegar ojo, robándole tiempo al tiempo y muerte a la vida entera. Evtuchenko es el loco Mario llamando a mi puerta a la tres de la mañana para preguntarme si quería escucharle recitar un poema. Marío diciendo ¡Yo quiero / saber cantar así / por muy difícil que la vida sea! o ¡Quiera Dios que no tengamos / ni casa / ni hacienda / ni aturdida comodidad en nuestra vida! Y yo en la cama, muerto de sueño, sin saber ni qué decirle.

Mario leía a Evtuchenko y leía a Pizarnik. Leía a Borges y leía a Roberto Artl. Y escuchaba Radio Clásica durante todo el día y silbaba fuerte y tomaba mil cafés y me enseñaba sin saberlo qué significa vivir al margen. A veces pienso en él y le echo de menos. Ahora lo imagino tocando el saxo, perdido en su pequeña cueva, su proyecto de ingeniería a medias, sin miedo.

Leo a Evtuchenko protegido por las mantas. Ya no hace frío, pero los versos del escritor soviético me siguen erizando el pulso. Se lo debo también a él: Me sucede / que ya no viene a visitarme el viejo amigo. Nos debemos un libro de poemas abierto por la mitad y una botella de vino entera. También nos lo diría el ruso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario