A esta altura de la película, quizás no tenga demasiado sentido preguntarse si la poesía puede cambiar el mundo. Tampoco tiene hueco la pregunta a propósito de su utilidad. La poesía no vale para nada, dicen. Ni falta que le hace, pienso.
Sin embargo, en este mundo pantallizado, se diría que superficial y cínico, encontrar algunos libros como Huracanes en la periferia, de Ángela Martínez Fernández, parece reconciliarnos con la profundidad de la experiencia de estar vivos. Una experiencia que algunos, algunas, no podemos transitar sino como hijos de la clase trabajadora. Y es que este libro de poemas está construido sin orillar esa vivencia constitutiva. Poemas sobre las jornadas de trabajo extenuantes. Poemas sobre el miedo (a la enfermedad, al paro, a la falta de expectativas…). Poemas sobre las jaulas del consumo. Poemas, también, sobre la esperanza, el amor y la amistad, sobre aquello que nos mantiene en pie.
Escribe Ángela Martínez: «Aquí donde recito / mi madre nunca entra / por eso el poema me separa de todo lo que soy». Y con ella pensamos que la poesía, la belleza de lo dicho, ha sido arrancada de la patria de nuestras familias. Porque la idea de la poesía como ejercicio estilístico, alejado de la cultura popular, ha calado hondo, y pareciera que escribir no fuera sino un intento fútil de distinción.
Por suerte, y lo decía antes, hay libros que nos abren la posibilidad de pensar en una poesía que no le pertenezca a nadie. Una poesía que nos ayude a mirarnos en el espejo.
- Reseña publicada en el número 1 de la revista Esporas.

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