El triunfo de la muerte, Brueghel (detalle) |
Una amiga me ha
pedido un texto sobre el fin del mundo y no sé muy bien qué demonios contarle.
He anotado varias ideas que me rondaban la cabeza para mandarle una
colaboración más o menos seria, pero me ha sido imposible darles forma, algo de
continuidad. Por eso no se me ocurre otra cosa que pasarle estas notas
embrionarias, melancólicas (con respecto a lo que podrían haber sido…), al cabo
balbuceantes, que espero no le desagraden en exceso.
i
El fin del
mundo, el de alguien en concreto al menos, proviene hoy de un recuerdo que me
viene a la memoria no sé muy bien por qué. Hace varios años, mientras
desayunaba antes de ir al curro, leí una noticia a la que le estuve dando
vueltas durante unas cuantas semanas. En un pueblo de Jaén, ya no recuerdo
cuál, a una madre se le había caído de los brazos su bebé y el niño había muerto
tras golpearse la cabeza con el suelo. Recuerdo que, justo después de leer esa
noticia, pensé en la fragilidad de la existencia, de nuestro mundo entero, y
volví a guarecerme en un pensamiento antiguo: ni siquiera nuestra vida, en su
sentido amplio, depende de nosotros mismos. Porque, cómo VIVIR tras un suceso
así. Es imposible. Precipita el final (de todo) de una forma irrevocable.
ii
Una mañana
desperté con un libro en la cabeza. Un libro entero, de ciencia ficción, basado
en una historia postapocalíptica y terráquea. Podría ser una idea que hubiera
muerto poco después de poner en marcha el día, tal vez inundada en el café o perdida
en la vorágine de las primeras horas de trabajo, pero no: la historia siguió
intacta durante toda la jornada. Hoy tengo anotadas varias páginas con su
argumento, los personajes, el desarrollo de la trama y distintas variaciones
del final. Como tantas otras ideas de este tipo, no sé si al final la acabaré
desarrollando, pero eso no quita que todavía hoy tenga un libro entero en la
cabeza, hilado de principio a fin, un relato postapocalíptico —como os decía—
donde hay pocos personajes buenos y donde la especie humana se dirime entre la
abolición de su cultura necrofílica o su extinción irremediable. Algo que quizá
quede más cerca de lo que esperamos.
iii
Leer los ensayos
apocalípticos de Jorge Riechmann produce una extraña sensación. Por un lado,
siempre que cierro uno de sus libros sobre el proceso de barbarización
subsiguiente al colapso de la civilización ecocida occidental, llego a la
conclusión de que lo más sano y sensato a nivel individual sería desertar de
todo antes de ver cómo el mundo se escurre por el desagüe de la estupidez. Por
otro lado, hay un pensamiento que, de forma un tanto paradójica, me consuela y
tranquiliza al mismo tiempo cuando pienso en el crack definitivo del planeta:
si eso es así, si efectivamente nos vamos a la mierda por el cambio climático y
sus consecuencias asociadas, aquí no se salvará nadie y, al menos en el
desastre, quedaremos igualados de una maldita vez. Víctimas y verdugos,
culpables e inocentes, pobres y ricos… Todos liquidados y juntitos en el mismo
saco, como en las escenas del El
triunfo de la muerte de Brueghel: un espanto socialista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario