lunes, 23 de julio de 2018

Notas melancólicas para varios finales (del mundo)

El triunfo de la muerte, Brueghel (detalle)

Una amiga me ha pedido un texto sobre el fin del mundo y no sé muy bien qué demonios contarle. He anotado varias ideas que me rondaban la cabeza para mandarle una colaboración más o menos seria, pero me ha sido imposible darles forma, algo de continuidad. Por eso no se me ocurre otra cosa que pasarle estas notas embrionarias, melancólicas (con respecto a lo que podrían haber sido…), al cabo balbuceantes, que espero no le desagraden en exceso.

i

El fin del mundo, el de alguien en concreto al menos, proviene hoy de un recuerdo que me viene a la memoria no sé muy bien por qué. Hace varios años, mientras desayunaba antes de ir al curro, leí una noticia a la que le estuve dando vueltas durante unas cuantas semanas. En un pueblo de Jaén, ya no recuerdo cuál, a una madre se le había caído de los brazos su bebé y el niño había muerto tras golpearse la cabeza con el suelo. Recuerdo que, justo después de leer esa noticia, pensé en la fragilidad de la existencia, de nuestro mundo entero, y volví a guarecerme en un pensamiento antiguo: ni siquiera nuestra vida, en su sentido amplio, depende de nosotros mismos. Porque, cómo VIVIR tras un suceso así. Es imposible. Precipita el final (de todo) de una forma irrevocable.

ii

Una mañana desperté con un libro en la cabeza. Un libro entero, de ciencia ficción, basado en una historia postapocalíptica y terráquea. Podría ser una idea que hubiera muerto poco después de poner en marcha el día, tal vez inundada en el café o perdida en la vorágine de las primeras horas de trabajo, pero no: la historia siguió intacta durante toda la jornada. Hoy tengo anotadas varias páginas con su argumento, los personajes, el desarrollo de la trama y distintas variaciones del final. Como tantas otras ideas de este tipo, no sé si al final la acabaré desarrollando, pero eso no quita que todavía hoy tenga un libro entero en la cabeza, hilado de principio a fin, un relato postapocalíptico —como os decía— donde hay pocos personajes buenos y donde la especie humana se dirime entre la abolición de su cultura necrofílica o su extinción irremediable. Algo que quizá quede más cerca de lo que esperamos.

iii

Leer los ensayos apocalípticos de Jorge Riechmann produce una extraña sensación. Por un lado, siempre que cierro uno de sus libros sobre el proceso de barbarización subsiguiente al colapso de la civilización ecocida occidental, llego a la conclusión de que lo más sano y sensato a nivel individual sería desertar de todo antes de ver cómo el mundo se escurre por el desagüe de la estupidez. Por otro lado, hay un pensamiento que, de forma un tanto paradójica, me consuela y tranquiliza al mismo tiempo cuando pienso en el crack definitivo del planeta: si eso es así, si efectivamente nos vamos a la mierda por el cambio climático y sus consecuencias asociadas, aquí no se salvará nadie y, al menos en el desastre, quedaremos igualados de una maldita vez. Víctimas y verdugos, culpables e inocentes, pobres y ricos… Todos liquidados y juntitos en el mismo saco, como en las escenas del El triunfo de la muerte de Brueghel: un espanto socialista.

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