i
El relato es frío. Lo escribes boqueando, procurando contener el aire. Ya no te asfixias. El relato es áspero, te tiene miedo y sale a trozos. El relato (te) es incómodo. Te huele a traición. Es imposible no perderse en lo que cuentas. Tu imaginación viene del sueño y en el sueño se prendió la angustia. Todo lo demás, ceniza.
Un ciervo herido se estremece de dolor en una esquina de tu vieja terraza. Da igual cómo demonios llegó hasta allí. Esa es la imagen. El cuento quiere escapar de ella, pero es imposible (porque tú estás dentro).
Pero ese es el sueño. Lo del relato es otra cosa; es esto que quieres narrar ahora. Una mujer y un hombre bajo un farol, en plena noche; frío polar y un saludo apenas intuido en la manera de mover las cejas. Se diría que son desconocidos. Y es que en verdad lo son.
ii
Caminan por las callejuelas del casco viejo. La fiesta muere cuando amanece el miedo. Pero eso es para otros. Hablamos de otra cosa... Se trata del frío, que pretende devorarlo todo. La memoria de la inconsistencia de las cosas. El amor, esa presencia ciega, derretido en las baldosas por donde caminó con los fantasmas. Se trata de la tierra muerta, el bosque quemado, la memoria hecha papel y las palabras.
El cuento sigue. Llega a la boca del portal. Él saca las llaves y ella se quita la chaqueta con gesto de cansancio. Sin luz en la escalera, abren la puerta de la casa a tientas. Les saluda una oscuridad aún más profunda. Vacía y ya sin muebles, la casa es todo lo contrario a un floreciente hogar. Allí no hay más fulgor que el de sus cuerpos.
iii
La habitación es muy pequeña. La persiana rota no deja pasar sino un tímido haz de luz artificial. No pueden ver nada. Uno frente al otro, se desnudan mutuamente casi tiritando. Ni tan siquiera hay mantas. En el relato, los cuerpos se acomodan en el suelo; uno de ellos apoya la espalda en la pared y, poco después, comienza el baile. Se prestan el sexo, hacen y deshacen, callan. Ambos guardan un silencio que no es cómplice sino justo lo contrario, les sirve de espectador. En el relato, se miran traspasando la barrera de la niebla, intuyen sus ojos a través de tanta sombra. La piel, apenas encendida, barrunta la tormenta del placer. Sus cuerpos guardan la memoria de la supervivencia, pero no se aman; sus cuerpos cuentan una historia que va más allá de las palabras fáciles. Sus cuerpos son dolor. Y lumbre, hoguera vieja en la casa del hombre. Pero hay espinas dentro de él.
iv
Él siente la noche como una prolongación de su ceguera. El frío no le asusta porque más lleva por dentro. Abre la boca. Él abre la boca.
Ella le mete los dedos dentro.
La habitación se estira y el calor hace más ancho el gozo. Después de un par de horas, ya huele a cuerpos, ya huele a vieja -y nueva- humanidad triunfante. Lugar propicio para el sueño y el descanso, uno encima del otro duermen hasta que sale el sol.
v
Ella recoge sus cosas. Ahora se ve algo. Él duerme de espaldas, desnudo, hecho un ovillo... El ciervo tiembla en su sueño. Alguien vendrá a apuñalarlo. Ella baja las escaleras corriendo. La prisa del lunes le hace olvidar el bolso. Cuando llama al portero, ve la mancha de sus dedos. Es roja. Él abrió la boca. La mujer los metió dentro. No será ella quien tendrá que rematarle. Se habrá de cobrar el precio, el viejo cazador sin rostro.
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