miércoles, 28 de mayo de 2014

Plata

 Una obra de Kenton Nelson

1

El personaje se asoma a la ventana. La ventana es vieja y detrás la noche. El estómago arde. Pasó la náusea.

Se da la vuelta. Ella duerme a su lado. Respira hondo y habla en sueños, aunque solo a veces. El personaje se echa a su lado. Cierra los ojos. El roce de la sábana tibia le reconforta. Huele a oscuridad.

De pronto, como un destello en la memoria, el brillo de sus pulseras de plata. Sonríe. Ya le da igual dormir. Rehúye la idea de que está siendo feliz. Se aferra al sueño.

2

Por la mañana, la tos augura una mañana complaciente. Este eres tú, te dices al mirarte de reojo en el espejo. Nada ha cambiado. Domingo de verano: café, tiempo, libros en el alféizar, como rosales en flor contra el desastre.

Ella camina desnuda por el salón. Su cuerpo tintinea y él cruza los dedos. Será posible una vez más... Después, la primavera. Después, la insondable terquedad de la esperanza.

3

Un gato negro camina por el tejado. Apartas la lectura para hacerle un sitio a la pregunta. Ella te observa con la mirada interrogante de los primeros días. Quisieras no asustarla. El gato maúlla exigiendo algo. Conoces su desconsuelo. Ya no habrá paz. Es lo que piensas. Celebras la tregua con la piel de punta. Te sabes, una vez más, con suerte. Podría haber sido distinto.

sábado, 10 de mayo de 2014

Secta



La secta desapareció, pero en mi niñez he visto hombres 
viejos que largamente se ocultaban en las letrinas.

Jorge Luis BORGES

Yo no les vi jamás ocultarse en ningún sitio. Más bien se diría que su obsesión era pasar desapercibidos. Os cuento. En aquellos años yo era un joven desesperanzado más. Trabajaba a media jornada en una biblioteca minúscula donde algunos habíamos encontrado trabajo gracias a una de aquellas milagrosas bolsas de trabajo. Precariedad, claro, pero no nos vayamos por las ramas… El caso es que de vez en cuando yo les veía pasarse una tarde entera entre las estanterías. Sacaban varios libros y desparecían sin mediar palabra. Eran tipos raros y nadie les conocía. Yo diría que ni tan siquiera eran de la ciudad. Lo interesante del asunto es que siempre sacaban en préstamo libros de temas utopistas o antiutopistas. Se ve que para ellos era más o menos lo mismo, o tal vez había una lógica parecida a la de las dos caras de la misma moneda, o qué se yo… El caso es que los miembros de la secta se llevaban de la biblioteca los mismos libros. Eran ejemplares que no parábamos de comprar y que día tras día desaparecían de nuestras estanterías. Un día, aprovechando mi presencia en un congreso de bibliotecarios, busqué después de una conferencia al Mago de Oz, el maestro bibliotecario que controlaba el catálogo centralizado de la red de bibliotecas estatal a la que pertenecía la mía. Lo encontré en un bar cercano al palacio de congresos donde se celebraba el evento. Leía los periódicos del día y tomaba un café con leche que acompañaba con tres o cuatro paquetes de donuts. Le presenté mis respetos y sin demasiada demora le comenté el caso. Fue entonces cuando me habló de la secta. Según él, se trataba de un grupo de fanáticos bibliófilos seguidores de algún tipo de ideario confusionista cuya piedra fundacional sería la destrucción paulatina y sistemática de toda la literatura utopista existente. Solían cambiar de identidad con frecuencia y circulaban con carnés de biblioteca falsos con los que sacaban una y otra vez los mismos libros. Regularmente también cambiaban de ciudad. Eran unos tipos raros, pero nada peligrosos, me dijo el Mago de Oz. Después de aquella explicación, lo dejé desayunar tranquilo y regresé al congreso con la secreta satisfacción de saberme poseedor de un gran secreto que, al menos por mi parte, jamás sería profanado. Durante el trayecto de regreso a casa, pensé en la próxima vez en la que me encontraría con uno de ellos. Y también imaginé la cara que pondría el individuo en cuestión cuando, al repasar en su casa el recibo de préstamo que le había facilitado yo, descubriera el mensaje, fácilmente descifrable, con el que le anunciaba mi intención de convertirme en uno de sus neófitos.

- De Cuento y aparte.

sábado, 3 de mayo de 2014

La economía del don: La nariz de un notario, de Edmond About (y 2)

i

El editor llega a la fiesta. Esta cansado y también algo molesto por una crítica mediocre de un papanatas. Nos abrimos mil cervezas. Bebemos ponche. Mezclamos conversaciones y mixtificamos nuestro oscuro entusiasmo. Hablamos de lo difícil que es buscarse la vida en estos tiempos y no bajamos la guardia. El editor es un viejo amigo. No exagero si digo que quizá sea la persona que más libros ha leído a su edad (al menos de las que yo conozco). También es un tipo de mundo, así que no os lo vayáis a imaginar como un viejo ratón de biblioteca... Muy al contrario, el editor, mi amigo, se ha echado a la espalda un proyecto de vida que ya quisieran ni tan siquiera imaginar algunos: se llama Ginger Ape Books & Films; una de las editoriales más originales e interesantes del panorama actual.

ii

El editor se emborracha. Yo también. Luego me regala lo que entonces era una auténtica primicia: La nariz de un notario, de Edmond About. Durante la semana siguiente lo leo con sana delectación. Es una historia amable y divertida, de lectura amena y al mismo tiempo intensa. El libro, de factura impecable, incluye algunas ilustraciones relacionadas con la historia que enriquecen el texto, ya de por sí amplificado por una notas al pie espaciadas convenientemente y que aderezan la historia con apuntes sugerentes sobre el marco histórico y sociológico en el que fue producida la obra. En suma, una pequeña joya.

iii

Por eso el miedo a que la torre se derrumbe es sano, porque el proyecto lo merece y la angustia, solo en algunos casos, no anticipa sino el éxito. Estoy seguro de que darán mucho que hablar. Y que el esfuerzo merecerá la pena. Leed todos sus libros. Leed.