Los cristeros, grabado de Fernado Castro Pacheco |
Entre tronos y pasos, pitos y flautas, bares a reventar; así regreso a lo importante, aunque es difícil. Demasiadas tareas inconclusas.
A un lado de la mesa, El poder y la gloria, de Graham Greene. Llevo un par de meses intentando sacar tiempo para hablar de él, pero nunca lo hago. Ahora me pasa que no me atrevo a escribir cuatro palabras ligeras sobre cualquier clásico. Creo que todo balbuceo sobra y para qué escribir lo que uno piensa al leer a tal o cual autor, tal o cual libro. Insistiremos. El libro lo merece y la situación también.
Y tampoco me resisto a hablar de México... Yo solo sé que poco sabemos de eso que llamaron la Guerra Cristera. Difícilmente se pueda comprender ese episodio histórico en su total complejidad. Pero no estamos en tr(a)nshistoria. Volvamos al libro entonces. Nos quedaremos con un capítulo sublime, de lo mejor que he leído en mucho tiempo. Me refiero al Capítulo IV de la Segunda Parte. Una obra maestra, de verdad. La pequeña gran historia de una persecución. Esas páginas dan la medida del resto del libro. Es un placer, después de tanto, leer un libro donde la historia se cuenta de manera excepcional, conciliando un ritmo sostenido con una estructura relativamente compleja, donde varios personajes cargados de significación arropan la historia del protagonista: un sacerdote atormentado por su bajeza moral que, sin embargo, parece resistir con coraje y cierto orgullo los desaires de un destino obstinado por entonces en limpiar de un plumazo los privilegios del clero mexicano.
A partir de aquí, la historia crece con la historia personal. Otra guerra civil, en otro tiempo, librada con furor y fanatismo. Otra historia de salvapatrias, viejos y nuevos, de políticos corruptos, envenenados de odio, y curas bobalicones, empeñados en seguir medrando a costa de la incultura ajena. Nada nuevo bajo el sol.
Me asomo a la ventana. Los bares de la plaza están a rebosar. Ruido de tambores y trompetas. Una penitente con mantilla me mira con refinado orgullo. Su novio vocifera pidiendo un botellín. Qué fácil sería decir todo está perdido ahora. Miro el libro. Sonrío triste, pero sin desesperación. Vuelvo a mi encierro con cierta sensación de fracaso. Es lo que decía al principio... Guardo la novela al menos. Una anotación me recuerda que la noche será larga. Tengo que releleerlo, pienso.
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