domingo, 16 de marzo de 2014

La economía del don: Máscara, de Stanislaw Lem (1)


Mis amigos llaman a la puerta. Unos traen tarta, otros café. La mayoría me saben bien provisto de cerveza. Algunos traen vino. Tenemos una excusa para celebrar. Hoy voy a hablar de regalos.

La economía del don, así lo llamaremos. En antropología económica es un concepto fundamental. Alude a los sistemas económicos y políticos cimentados en el intercambio cooperativo de regalos y presentes; un sistema en absoluto inocente que, en la práctica, conlleva la estimulación de los recursos propios y la visibilización de las jerarquías y los vínculos solidarios de carácter horizontal.

EL TIEMPO

El día se ha gastado y aún no has vuelto a casa. Coges el autobús deseando llegar. No ha parado de llover desde hace una semana. Repasas mientras tanto la libreta donde apuntas las tareas pendientes. No sabes ni cómo has llegado allí. Deseas, una vez más, fugarte, dejarte solo en esa vieja casa que, sin embargo, te está brindando tantas alegrías. 

Cuando bajas del autobús, les ves abrir los paraguas. Se abren como hongos a cámara rápida. Probablemente ninguno de ellos sea venenoso. Si te pusieras a escribir en ese instante, podrías intoxicarte. Llegas a casa y abres la puerta pensando en la nevera. Caminas unos pasos y miras de reojo al buzón. Hay un paquete. Lo abres y sacas un libro. Es de L. Sonríes de oreja a oreja. Ya tienes para cenar.

EL LIBRO

He comprado muchos libros de Stanislaw Lem. Los he comprado después de leer una joya llamada Vacío perfecto. Biblioteca del Siglo XXI. Pues sí, después de leer esa especie de ensayo-ficción, empecé a buscar sus libros en librerías de viejo. De hecho, hacía poco que Rafa, el librero de Mimo, se había hecho con una biblioteca que atesoraba un montón de títulos de la mítica editorial Bruguera. Eso me ha permitido ir comprando poco a poco varias obras de ciencia ficción del autor polaco, del que -todo hay decirlo- lo desconocía todo hace apenas un par de años. No obstante, ahora le daré prioridad a Máscara. La edición de Impedimenta es deliciosa. 

LA MANO

No confío en los cables. Confío en el morado de la piel tras apretarla o darle un bocado. Confío en la reacción del cuerpo ante el calor ajeno, en las ganas de abrazar y dar cariño, en las ganas de amar sin medias tintas ni palabrería. Confío en todo aquello que nos ha hecho viejos. De todas formas, detrás de las palabras, detrás del texto, los libros, la afinidad, puede ocultarse algo que, al menos tú, no esperabas encontrar. La amistad va más allá del don.

La mano que compra el libro apenas si tiene un duro. Se gana la vida de mil maneras y es una valiente. Cuando está triste tengo ganas de arrasar con todo y abrazarla hasta partirla (o casi). La mano que mete el libro en un sobre acolchado está manchada de mancharse y de vez en cuando se vuelve descreída. Yo también. La mano que abre el sobre, sin embargo, sabe que al escribir esas palabras hay un gesto de confianza que nos hace intuir la pasión de lo inconsciente. Dar y recibir, ese es el trato. Libros que se cruzan. Su presencia a cada tanto. Muy pronto os iréis de viaje. 

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