«¿Qué hacer?». Eso es lo que se pregunta Claudio. Al fin ha llegado la carta que estaba esperando desde hacía tanto. Ya la tiene entre sus manos. Esta mañana, al venir de correr, se ha encontrado con el cartero en el portal y se ha dado cuenta de que la carta que echaba en su buzón era la esperada, porque solo ella utiliza esos sobres de papel reciclado de color gris. Pero ahora todo son dudas. Mejor será, se dice, que me duche y me vaya al trabajo antes de que se haga tarde. Y así lo hace. Deja la carta encima de la mesa y se marcha a la oficina.
La mañana transcurrirá entre nervios y un sentimiento pesado y turbio que le hace perder la concentración con facilidad y que le provoca náuseas. Al llegar a casa, sin embargo, la situación empeora y no tiene más remedio que vomitar. Al salir del servicio, ve la carta sobre la mesa del salón. Mientras se seca el sudor con una toalla, mira a su alrededor y comprueba, no sin cierta satisfacción, que la casa está visiblemente sucia. Sin pensárselo dos veces, se pone a limpiar. Quita el polvo, ordena, barre y friega a fondo la cocina, sus dos habitaciones, el despacho donde tiene su pequeña biblioteca, el pequeño balcón y, ya para terminar, el salón y los pasillos. Lo limpia todo, absolutamente todo, menos la mesa sobre la que está la carta. La mira y toma una decisión. Al subir una persiana, comprueba que se está haciendo de noche. Antes de echar un poco de limpiador sobre la mesa, agarra el sobre y luego pasa un trapo. Cuando acaba, se dirige a la cocina y tira la carta sin abrir al cubo de basura. Luego echa encima toda la mugre del recogedor. Cuando al fin se tira en el sofá, Claudio agradece que después del ejercicio se le hayan pasado las náuseas.
- De Cuento y aparte.
* La imagen que acompaña este post corresponde a un cuadro del jienense Santiago Ydañez.
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