Todo en silencio. Abro un espacio para dedicarle un tiempo a este cuaderno de notas que he tenido abandonado varias semanas. Ayer hablaba con J. de la necesidad de estar a solas. A ella también le preocupa a dónde nos lleva toda esta obsesión por la comunicación constante. Nadie lo sabe bien, pero es evidente que las redes sociales, las nuevas tecnologías y los medios de comunicación de masas han intoxicado nuestra manera de ser y estar; es como si solo importara la contingencia, como si solo fuéramos capaces de balbucear palabras sordas. Ya no hay escucha. Tampoco hay tiempo y se exige premura. Da igual lo que digas. Lo importante es que lo hagas rápido y que seas realmente ocurrente, original. Es enfermizo. El canal está infectado de autorreferencialidad y publicidad engañosa. Estamos perdiendo, además, nuestra capacidad para mantener la concentración en un solo ejercicio. Nuestra manera de leer ha cambiado radicalmente. Exigimos historias ligeras, que nos entretengan y nos entimulen de una forma simple, se diría que desde las tripas; nos gustan los cuentos que provocan una autoimagen cómplice, de seriedad sofisticada o inutilidad soberbia. Digerimos el espanto con una obscenidad insultante. Es como si ya no tuviéramos tiempo para descansar del trabajo o de la falta del mismo, de esa ociosidad suicida y vacía que nos conquista a través de las pantallas y la fibra óptica. Por eso regreso aquí, a este cuaderno: para demostrarme que aún puedo permanecer atento a lo que de verdad (me) importa. Esta noche al menos, lo he conseguido. Mañana habrá que sostener el impulso. Quizá de eso se trate. Le quito el polvo al viejo infinitivo y lo hago mío. Se trata precisamente de eso. Tengo que perseverar.
Que bonito Juan. Ya lo decían los antiguos: "Tempus tacendi, tempus loquendi".
ResponderEliminarMuchas gracias.
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