Fotografía de Quino Romero
Entre las sombras, oculta
detrás de la cortina de humo de la poesía condescendiente, subvencionada y
clientelar, hay una emergencia poética en permanente relevo. Efectivamente, hoy
en día la poesía antagonista, la que no ha sido elegida por el poder para
representar el papel principal en el teatro de la hegemonía cultural, goza de
una excelente salud y se encuentra en condiciones de pelear, acaso como ha
hecho siempre, porque su voz se oiga y llegue a la gente de a pie, ponga nombre
al dolor de los de abajo y otorgue luz a las que luchan.
Afortunadamente, también son
varias las generaciones que se dan la mano en este afán común. Valientes,
obstinados y rebeldes, poetas como el recientemente fallecido Agustín García
Calvo o Jesús Lizano encendieron en su tiempo una hoguera que poco tiempo
después alimentaron hombres y mujeres como Antonio Orihuela, Enrique Falcón, Antonio
Crespo, Begoña Abad, Eladio Orta o Ana Pérez Cañamares; autores y autoras,
poetas, que desde distintas voces, estilos y propuestas poéticas, posibilitaron
la consolidación de una apuesta nueva, ciertamente ecléctica, que a día de hoy
sigue dando frutos y gracias a la cual una pléyade de jóvenes poetas puede
encontrar canales de expresión anteriormente negados o incluso sepultados bajo
el escombro de la poesía de la experiencia.
No obstante, en estos últimos
años la seriedad de sus propuestas y la consolidación de nuestras formas de
hacer tienen mucho que ver con la pluralidad de los discursos y las distintas
maneras de interpretar “lo social”. En ese sentido, uno de los principales
logros de la poesía de la conciencia, crítica, antagonista o como se la quiera
llamar, es que acierta a diseccionar los mecanismos a través de los cuales el
poder opera contra nosotros y nosotras. Precisamente por lo anterior, los
versos de estos autores y autoras, al romper las barreras entre lo político y
lo íntimo, facilitan que sus poemas sean vivencializados de una forma directa,
lo que ayuda a que los lectores y lectoras puedan vivir la poesía de otra
manera, sin duda más empática, consciente y dolorosamente lúcida.
Este empeño, el de nombrar con formas y palabras nuevas, se alimenta ―como decíamos― de voces emergentes, consecuentes y novísimas, pero también de espacios colectivos, proyectos editoriales de carácter autogestionario y canales de expresión libres, diseñados al calor de las luchas sociales y opuestos a los circuitos institucionales de exposición, banalización y adocenamiento de la expresión cultural.
Por eso mismo, a la nómina de
autores anteriormente esbozada podríamos sumarle otros tantos nombres que
vienen a darle continuidad al trabajo y buen hacer de los poetas que echaron a
rodar la bola. Entre aquellos podemos destacar, aun a modo de ejemplo, nombres
como Alberto García-Teresa, David Eloy, Enrique Cabezón, Diego Morales, Layla
Martínez, Ángel Rodríguez, José Pastor, Yolanda Ortiz, Sara Herrera, José María
Valero o Gsús Bonilla; junto a los cuales no podemos olvidar el trabajo de
colectivos poéticos como La Palabra Itinerante o Los Bio-Lentos.
Voces, nuevas y viejas, que se
concilian puntualmente en varios foros donde la poesía calienta e ilumina como
el fuego de las barricadas. En consecuencia, no podemos olvidarnos del papel que
ha jugado el encuentro anual “Voces del Extremo”, celebrado en Moguer, y
coordinado año tras año por Antonio Orihuela. En esa misma línea, aunque de
manera más modesta, podemos citar otros eventos distribuidos por todo el estado
español, como los recitales organizados mensualmente en la librería Traficantes
de Sueños en Madrid, las actividades organizadas en Sevilla por el colectivo La
Palabra Itinerante, el espacio concedido a la poesía en el Encuentro del Libro
Anarquista de Salamanca, el ciclo La Caja de Lot, organizado en Jaén, o los
encuentros poéticos celebrados por los Bio-Lentos en Barcelona, casi siempre
para apoyar luchas sociales o laborales.
Una labor que, vista en la
distancia y desde arriba, se nos antoja ingente y que permite entender la buena
acogida que, más allá del entorno militante, han cosechado antologías como Negra flama: poesía antagonista en el estado
español, editada por la CNT de Jaén, o trabajos de análisis como Poesía de la conciencia crítica (1987-2011),
elaborado por el mismo Alberto García-Teresa, y publicado hace un año por
Tierradenadie Ediciones.
Celebremos, por tanto, junto a
los fracasos que se cosecharon al luchar, aquellos logros obtenidos tras años y
años de determinación y esfuerzo. De hecho, no es menos incruenta la pelea por
la hegemonía cultural. En ella, sin duda, nos jugamos mucho también. Sigamos
pues plantando cara.
- Artículo publicado en el periódico CNT (nº 406, diciembre de 2013).
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