domingo, 2 de junio de 2013

Perder paredes


i

También esta casa. Tus fotos desencuadradas y las noches de verano durmiendo al raso. También la calma, el frío de los inviernos bajo la luz del sol, y el flexo siempre encendido. Todas las bombillas rotas. Esa oscuridad decidida a acompañarte siempre. Los cuadernos, las ideas, los proyectos levantados entre esas cuatro paredes, siempre con una mano atada a la espalda. Los poemas cazados al vuelo en una de tantas noches persiguiendo el sueño, buscando un sitio para guardar recuerdos. Todo. También los cuentos que escribiste a ciegas, temblando, los cuadernos abiertos y mordidos, llenos de hormigas, todavía humeantes. De todo eso, cuando cierres la puerta por última vez, no quedará nada. Ni siquiera la paz del trabajo bien hecho.

ii

Entró una vez más. Le había visto caminar descalzo, de un lado a otro del patio, siempre leyendo, a pesar del frío o el extremado calor de agosto, de un lado a otro, sumergido en la noche, tirado en el suelo, viendo películas hasta caer rendido. Los libros desparramados por cualquier rincón. Ilegibles notas en papeles gastados. El guión de una novela que se quedó a medias. La habitación donde plantó el pie y dijo aquí me quedo, donde intentó levantar una obra que le aplastase o le hiciera perderse, renunciar al cabo a la vieja necesidad de huir. Un libro de plomo que le hiciera morder el polvo, olvidar la quejas y escupir sangre, tocado por la mano de los que saben qué hacer y cómo.

iii

Te has levantado temprano. Anotas tareas. Intentas vivir como si nada pasara y preparas el café a conciencia. El cuerpo descansado después de dormir diez horas. La noche de antes, el trabajo te hizo recordar otras pérdidas, acaso un par de años donde el desaparecido fuiste tú mismo. Todavía no te has hecho a la idea del cambio. La bola echa a rodar. Si te pones a escribir, arrasarás con todo, y todavía no es justo. La literatura es una forma de nostalgia y ese sueño no ayuda. La has visto repetir esas palabras, escaparse tras la cortina de polvo que corre la luz filtrada del sol. Sales al patio y sientes el frío. No hay nubes. Ni tampoco pena. En el suelo, una hormiga arrastra el cuerpo de una araña muerta. Una vez más, admiras la fortaleza de los que viven por los demás. Repasas mentalmente cuáles serán los siguientes pasos. Primero sentarse y abrir el cuaderno. Después, continuar la historia. No es fácil. Siempre la tentación de empezar de cero. Las miserables cantinelas de la literatura de autoayuda. La necesidad de reinventarse. Frunces el ceño. Empiezas a escribir.   

3 comentarios:

  1. Acabas de describirme, sin saber siquiera quién soy. Estoy segura que estas líneas van a asentarse en mi cabeza durante una buena temporada. Muy buen trabajo.

    ResponderEliminar
  2. Son cosas que pasan.
    Me alegro de que el texto os haya gustado.
    Un saludo.

    ResponderEliminar