domingo, 13 de mayo de 2012

Remarque, sus libros y los lectores de Cénit

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Devuelvo Sin novedad en el frente, de Remarque, y David me deja de piedra. Me saca un libro viejo, muy viejo, de 1931, que le ha comprado a Rafa. Lo publica Cénit, editorial de la que ya hablé aquí. Se trata de Después, que según David es una continuación de Sin novedad en el frente.

Miro la portada y sé que he leído algo antes sobre este libro. Voy a la Biblioteca fantasma. Le echo un ojo y aparece: es una entrada sobre Cenit en la que aparece la obra de Remarque. Os la recomiendo.

David me anuncia que Después recrea la vida de algunos soldados alemanes que sobrevivieron a la I Guerra Mundial. Volvemos a Alemania, volvemos a la República de Weimar. Ya he dicho en varias ocasiones que me interesa especialmente ese cronotropo. Ahora toca disfrutar y tomar notas, reventar el cuadernillo con apuntes sobre el paisaje crepitante de la Europa de esos años.

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Mis amigos, los que me regalan libros, los que me los prestan, me sostienen. Un libro es capaz de remediar la cojera de una mesa y de poner en orden la cabeza de un lunático. Yo me asomo a la ventana y ya no aúllo. 

Hace calor, me tiro al suelo, abro las páginas de esta edición antigua, y pienso en los lectores desterrados que casi con toda seguridad abandonaron este libro a su suerte. Lectores expatriados. Lectores exiliados. Lectores que quizá pensaron como Martín Echenique.

Los lectores de Cénit solían ser obreros catalanes que cuando salían de la fábrica no iban al bar ni a jugar a las cartas. Los lectores de Cénit, sin embargo, los que luego murieron, los que fueron desterrados, cuando salían de trabajo iban al ateneo, a leer y a charlar, a construir ―decían, decimos, digo― el mundo nuevo que llevaban en el corazón.

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Tirado en el suelo, leo con ellos. Solo dejaron sus libros.

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