sábado, 19 de noviembre de 2011

Loto


Yo rodaba por el suelo. Rodaba, rodaba y no lograba saber en qué lugar me encontraba, pero era plenamente consciente del repugnante hedor que desprendían los bultos con los que accidentalmente topaba cada vez que me iba de un lado a otro. Sabía que aquella no era una habitación normal, no era tampoco ninguna de las celdas donde me había pasado los últimos veinticinco meses. Conocía aquellos suelos puntiagudos y húmedos demasiado bien como para no haberlos reconocido en ese momento. Y es que puedo asegurar que no estaba en ninguna celda, ni en ningún sitio que hubiera conocido antes. Solo sé que rodaba de un lado a otro de aquel lugar y que olía espantoso, y que chocaba, como les decía, que chocaba de vez en cuando con otros cuerpos. A decir verdad, también sabía que allí había dolor, mucho dolor. Dolor en los bultos cuyos esfínteres se habían relajado de pasar tanto miedo y dolor en los pasos de aquella gente que nos acompañaba. Dolor en su silencio.

También puedo acordarme de que unas horas antes de todo aquello alguien me había inyectado una especie de suero infernal con el que, supongo, habían querido matarme. Unos minutos antes me habían pegado la peor paliza que recuerdo. Me habían molido las costillas, me habían pisoteado la cara, me habían dado descargas, me habían… Da igual. Lo importante es que después de aquello yo también me lo había hecho todo encima y que pensaba en todo esto cuando un tipo me agarró de los pies, me levantó los párpados y le dijo a alguien que no hacía falta inyectarme por segunda vez, que moriría en minutos y que no alborotaría nada. Y fue verdad. Entre dos me cogieron de las piernas y me metieron en un saco. Conmigo echaron un trozo de hierro o algo de peso. No lo recuerdo bien porque tampoco pude abrir los ojos. Estaba mareado, me dolía todo y apenas si podía moverme. Sabía que iba a morir.

Cuando abrieron una puerta por la que entró un frío de mil demonios escuché como alguien emitió un quejido que pronto se fue apagando. Era como si un agónico pesar le robara las fuerzas necesarias para romper a llorar… Después de aquello todo permaneció en silencio, hasta que unos minutos más tarde un par de hombres agarraron el saco donde me habían encerrado, se acercaron a la puerta y lo lanzaron al vacío. El trozo de hierro quebró la resistencia de las costuras desgastadas del saco y así pude ver algo. No lo suficiente para diferenciar si el azul que veía era el del cielo o el del océano.

- De Cuento y aparte.

3 comentarios:

  1. Un relato sobre "los vuelos de la muerte".

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  2. Pues... una vez recuperado de las tremendas sensaciones del relato te digo que como narrador de ficciones (?) también eres contundente.
    Salud y ánimos.

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  3. Trabajo en cosas relacionadas con el tema, y puedo decir que la ficción (que proviene siempre de la realidad)puede ser un gran aliado para concienciar sobre las vulneraciones de los derechos humanos.
    Los dibujos de Botero de Abu Ghraib son una de estas ficciones-realidades. Un golpe al estómago que te dice "no cierres los ojos".

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