martes, 11 de octubre de 2011

El hueco entre Jekyll y Hyde


Una vez alguien me dijo que la vida era demasiado corta como para releer. Yo le creí, pero era joven. Lo que pasa es que a veces el búnker de los libros se vuelve irrespirable, huele a podrido, y uno tiene que buscar soluciones como sea. Sí, en ocasiones leemos mal, escogemos mal, interpretamos mal, y miramos hacia no se sabe dónde buscando la luz blanca de la que hablan todos los que han pasado por una ECM. Sí durante ese tiempo tampoco escribimos, los problemas se multiplican. Entonces no queda otra que cerrar los ojos y escarbar dentro. A partir de ahí puede ser que encontremos algo... Por ejemplo, una tela de araña. El hilo de seda que nos lleva del sopor a las viejas sensaciones (cuando todo era más fácil y uno intuía que quizá la literatura fuera algo parecido a la abismática mirada de un niño recién parido) es algo parecido a la relectura de un clásico. Por esto mismo, volver a leer El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde es algo más que apostar por lo seguro; de hecho, si logramos salir del pestilente túnel es precisamente por todo lo que hay detrás de esa clase de obras maestras. En este caso, releer también implica medir la distancia que va desde el tipo que leyó aquel libro a este que soy yo ahora; penetrar a machetazos en la jungla de nuestro pasado, supuestamente indemne a cualquier estrépito; aventurar la posibilidad de realizar un ejercicio performativo orientado a poner en evidencia nuestra propia identidad, que imaginamos como un bloque granítico. Y lo mejor... Releer El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, vagabundear sin prisa por la obra de Stevenson, conlleva jugar con la intuición, seguir el fino rastro de nuestro yo más negro, avistar, siquiera unos segundos, la estela de nuestros actos más infames; encontrar al fin y al cabo los hechos que constatan lo que casi todo el mundo sabe: que todos somos unos hijos de la gran puta, o al menos, que todos lo hemos sido en algún momento.

2 comentarios:

  1. Esta aventura del releer (a la que yo también le he dado algunas vueltas) sugiere y explica muchas cosas de nosotros y a la vez del libro. El acto de leer va tomando dimensiones tremendas a medida que envejecemos. Yo ahora estoy de vuelta con Bulgakov, tras casi veinte años. Recuerdo las emociones del lector que fui como si hubiesen quedado grabadas en la memoria con toda perfección. Algunas las revivo y otras no. Esa diferencia es la clave.

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  2. Eso es, eso es, eso es. Recreación en la Relectura.

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