sábado, 10 de septiembre de 2011

Autofagia


A Carla también le gustaban los puzzles. Algunas veces cogía las fotos de sus amantes y las hacía trizas. Después iba a emborracharse. Cuando regresaba se quitaba la ropa y se revolcaba sobre los trozos de las fotografías de los hombres que la habían acompañado en aquel camino hacia no se sabía qué forma final de autoexterminio. Luego tomaba cada uno de los trozos y se lo metía en la boca, se abría otra cerveza, le masticaba el rostro al fantasma que salía en la foto y se tragaba el pedazo. Y así con todos. Era como si quisiera recomponer en su estómago otra especie nueva de hombre que, al menos, no la dejara insatisfecha; aunque al final lo único que conseguía era vomitar una papilla grisácea de ojos, cejas, bocas, pelo, ropa, de vez en cuando alguna gorra o un cinturón, y muy de tarde en tarde algún zapato viejo. Sin embargo, todo fue distinto el día en el que, sin darse cuenta, se tragó la foto donde una mujer de mirada huidiza le acariciaba el pelo a un joven de gesto taciturno. Esa mañana no supo reconocer a la mujer de rostro ambiguo que la miraba desde el otro lado del espejo.

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