domingo, 13 de mayo de 2018

Sacudirse el polvo

Borrador de La tribu del abecedario
No sé muy bien cómo ni en qué orden, pero hoy he decidido empezar a deshacerme de cosas. Lo contaba hace bien poco en Nueva Gomorra. Nuestro piso es pequeñito y entre nuestros libros, los de la editorial y todos nuestros papeles, apenas si nos queda espacio. En casa de archivero, papeles por doquier (y cero expurgo). No, ya en serio. Escribo este post con el ánimo de reafirmarme en mi decisión y, de paso, sigo dándole cuerda a este blog que espero que sobreviva al exterminio.

Una de las cosas que acabo de hacer es tirar uno de los primeros borradores de trabajo de La tribu del abecedario. Yo ya ni sé cuántos borradores he llegado a trabajar de ese libro, pero solo guardo el último. Tengo que hacer hueco a los nuevos proyectos, que parecen dormir el sueño de los justos porque nunca tengo tiempo para ellos. Porque esa es otra: a veces me pregunto si tengo que seguir escribiendo. No sé, pienso que si ahora mismo no me hiciera esa pregunta es que estaría muerto. Al fin y al cabo, lo que a mí me importa es disfrutar de la literatura y los libros, y, en cierta forma, eso ya lo hago a través de la lectura y la edición.

Sin embargo, cuando a veces me topo con alguna de las novelas que tengo a medias o con alguno de los libros de poemas o relatos que estoy a punto de terminar, me pregunto si no estaré haciendo el tonto trabajando en los libros de otros autores cuando los míos, que no me terminan de repeler del todo, esperan que les hinque el diente. Quizá sea algo que tenga que repensar despacio, pero sé con certeza que son estas preguntas las que me quitan las telarañas y me hacen sacudirme el polvo.

En fin, por lo menos siento que doy un paso adelante cuando pongo todo esto negro sobre blanco. Es como si la escritura, que la mayor parte de las veces no hace otra cosa que perderme, consiguiera muy de vez en cuando componer una cartografía emocional a través de la cual se puede conciliar lo nuevo y lo viejo, lo que sigue estando ahí porque nunca desaparece y lo que esperamos encontrar en esa zona oscura que todavía no sabemos cómo iluminar. La literatura se nos presenta entonces como un faro para náufragos. Y es esa luz, tenue y recurrente, la que me mantiene a flote.