miércoles, 25 de junio de 2014

En paz y en guerra

Leo a Machado desde hace poco. No sé, el hecho de que nunca me hubiera llamado especialmente la atención quizá se debiese a que era lectura obligatoria en el colegio y el instituto; o a que se hayan dicho tantas idioteces de él. Desde hace tiempo opino que su memoria se merece mucho más silencio. Y mucho más respeto también. 

Todo cambió cuando leí Ondas de radio, ese poema enorme de Raymond Carver. A partir de entonces, la figura de Machado se tornó distinta, y empecé a leer y releer todas sus obras. Hoy no podría pasar sin él. Algunos de sus versos hasta me persiguen en sueños. Es literal. Poemas que retumban en la conciencia sin saber por qué. Poemas que le ponen cuerpo a lo indecible y nos ayudan a limpiar el polvo, a mirar más limpio. Como este:

domingo, 15 de junio de 2014

Noche abierta con Trakl

Quién puede dormir, Georg... Quién puede dormir ahora. Nadie. Nadie puede dormir ahora. Tú, con tus poemas amarillos y la foto de tu hermana arrugada en el bolsillo de atrás. Yo, con tus libros y mis cuadernos mezclados sobre la mesa, ya con la lengua hinchada y la historia rota, el paladar partido. Recuerdo el verso... Es parecido a una tormenta. No quiero mirar de nuevo. Me susurras al oído que meta la cabeza dentro, que abra los ojos. Es muy viscoso. Por qué salió mal, Georg, cómo podemos soportar tanto.

Un poema que habla de castillos abandonados, casas en ruinas, un pozo en el que alguien tira toda su ropa, todos sus libros... El fracaso resbalando por la piel. Huele muy fuerte. Tú lo sabes bien, Georg, a qué hemos venido aquí. No tengo guerra y luego tampoco hay paz... Oyes sus gritos. Todavía los oyes. Cuántos muertos dependen de ti... No tienes vendas con qué curarme, Georg; se te acabó el tiempo y la morfina y ahora esos chillidos clavados en el vientre. Mis poemas ya están morados, huelen a cieno. Te dije que no vivirías para contarlo. Te dije que olvidaras a tu hermana. Te dije que me enseñaras a olvidar.

Cuando me coges las manos y me miras de frente, todo el presente me sabe a polvo. No tengo fuerzas, Georg, tú sabes de lo que hablo cuando te escribo aquello de los caballos muertos abiertos en canal. Sus ojos inconsolables, la vida como ese soplo de viento frío... Tú los has visto. Vamos a huir de madrugada. Destruyámoslo todo. Que no quede más esperanza que dar o regalar, que no queramos empezar de nuevo, que se aleje de una vez el aire limpio, el tiempo del amor inesperado sobre la cama vieja. Vamos a cavar un pozo. Será un poema negro, ancho y hondo, como uno de aquellos cráteres. Tú me dirás lo que hay que echar. Por no tener, ya no me queda ni tan siquiera angustia. Pesa demasiado esto que sabe a decepción.

Leo tu vida como si fuera un cuento, Georg, un cuento ruso. Fuiste valiente. Fuiste obstinado. Confundo aquellos versos con las palabras del sueño. Es mucho más que eso... No es solo la ceniza de la víspera, sino el jardín seco. Si sigo tu consejo, me acabaré convirtiendo en alguien que no quise ser. Me aferro a las espinas para no caerme. Es el desequilibrio. Poemas amarillos en el centro de la noche enferma. Hace calor, pero yo tengo frío. Te miro a los ojos como si pudieras revelarme algo, darme la clave de tanto error. Pero tú callas. No puedo dormir.

viernes, 6 de junio de 2014

Más barro


i

Tienes un relato atravesado. No sabes cómo cerrarlo. Es la historia de un hombre obsesionado con la I Guerra Mundial que colecciona fotos relacionadas con ese conflicto bélico: soldados deformados por los gases químicos, mujeres capturadas exhibidas como trofeos de guerra, niños famélicos, caballos muertos... La historia se ha detenido en un punto en el que la mujer del protagonista se ha quedado embarazada. Poco después, ella descubre la macabra colección de su pareja y su relación encalla. A partir de ahí, no sabes cómo continuar la historia. Las ideas que tenías apuntadas al principio ya no te valen para nada porque el relato gira sobre una trama distinta. Todo te esquiva. Querías escribir un cuento tipo Vida de Anne Moore, pero se ha convertido en una historia donde el barro y las trincheras han aparecido finalmente. Te preguntas qué cuenta de ti ese relato ahora. Has soñado con ratas. 

ii

El cuento se detiene justo como lo ha hecho la otra historia. Manejas las distancias con una sutileza que ya no es tal y al final tuerces la boca. Abres el cuaderno donde el relato duerme y escribes un poema al margen. Hablas de ella, de los poemas que leíste cuando la viste por primera vez. La otra historia se solapa con lo que quieres contar. Te preguntas qué pretendes coleccionar ahora... Miras su rostro. Duerme en el sofá y hace calor. Sientes como te punza un resquemor antiguo. Y sin saber por qué, intuyes que te juegas mucho más de lo evidente acabando ese maldito cuento. Si fuera posible escapar de tu cabeza... Tienes la boca llena de barro. Quisieras huir de tu propio imaginario. Escuchas el tronar de los obuses. Cuál es tu colección macabra... Qué es lo que te juegas al guardarte tanto dentro... Tal vez las ratas se hallen en tu propia conciencia. Una vez más, callas. Y continuar es imposible.

- Esta entrada es una reelaboración de esta otra.