sábado, 28 de diciembre de 2013

10 del 2013 (aunque no de libros)

 

Vale, es música, pero he pasado mucho tiempo escribiendo -a veces dentro de este mismo blog- con estos temas de fondo. Ha sido difícil elegirlos. Ha sido mucho más fácil entrar en el juego de las listas de final de año, porque tenía ganas de confeccionar una; aunque no de libros. Os remito, sin embargo, a esta otra lista literaria, la de Bernardo Munuera, que contiene un buen puñado de propuestas de lectura para el año que viene (yo al menos me lo he tomado así).

ADVERTENCIA: Aunque os lo parezca a algunos, no hay inocentadas en este escueto post.

miércoles, 25 de diciembre de 2013

Poesía, siglo XXI: nuevas voces contra el poder

Fotografía de Quino Romero

Entre las sombras, oculta detrás de la cortina de humo de la poesía condescendiente, subvencionada y clientelar, hay una emergencia poética en permanente relevo. Efectivamente, hoy en día la poesía antagonista, la que no ha sido elegida por el poder para representar el papel principal en el teatro de la hegemonía cultural, goza de una excelente salud y se encuentra en condiciones de pelear, acaso como ha hecho siempre, porque su voz se oiga y llegue a la gente de a pie, ponga nombre al dolor de los de abajo y otorgue luz a las que luchan.

Afortunadamente, también son varias las generaciones que se dan la mano en este afán común. Valientes, obstinados y rebeldes, poetas como el recientemente fallecido Agustín García Calvo o Jesús Lizano encendieron en su tiempo una hoguera que poco tiempo después alimentaron hombres y mujeres como Antonio Orihuela, Enrique Falcón, Antonio Crespo, Begoña Abad, Eladio Orta o Ana Pérez Cañamares; autores y autoras, poetas, que desde distintas voces, estilos y propuestas poéticas, posibilitaron la consolidación de una apuesta nueva, ciertamente ecléctica, que a día de hoy sigue dando frutos y gracias a la cual una pléyade de jóvenes poetas puede encontrar canales de expresión anteriormente negados o incluso sepultados bajo el escombro de la poesía de la experiencia.

No obstante, en estos últimos años la seriedad de sus propuestas y la consolidación de nuestras formas de hacer tienen mucho que ver con la pluralidad de los discursos y las distintas maneras de interpretar “lo social”. En ese sentido, uno de los principales logros de la poesía de la conciencia, crítica, antagonista o como se la quiera llamar, es que acierta a diseccionar los mecanismos a través de los cuales el poder opera contra nosotros y nosotras. Precisamente por lo anterior, los versos de estos autores y autoras, al romper las barreras entre lo político y lo íntimo, facilitan que sus poemas sean vivencializados de una forma directa, lo que ayuda a que los lectores y lectoras puedan vivir la poesía de otra manera, sin duda más empática, consciente y dolorosamente lúcida.

Este empeño, el de nombrar con formas y palabras nuevas, se alimenta como decíamos de voces emergentes, consecuentes y novísimas, pero también de espacios colectivos, proyectos editoriales de carácter autogestionario y canales de expresión libres, diseñados al calor de las luchas sociales y opuestos a los circuitos institucionales de exposición, banalización y adocenamiento de la expresión cultural.

Por eso mismo, a la nómina de autores anteriormente esbozada podríamos sumarle otros tantos nombres que vienen a darle continuidad al trabajo y buen hacer de los poetas que echaron a rodar la bola. Entre aquellos podemos destacar, aun a modo de ejemplo, nombres como Alberto García-Teresa, David Eloy, Enrique Cabezón, Diego Morales, Layla Martínez, Ángel Rodríguez, José Pastor, Yolanda Ortiz, Sara Herrera, José María Valero o Gsús Bonilla; junto a los cuales no podemos olvidar el trabajo de colectivos poéticos como La Palabra Itinerante o Los Bio-Lentos.

Voces, nuevas y viejas, que se concilian puntualmente en varios foros donde la poesía calienta e ilumina como el fuego de las barricadas. En consecuencia, no podemos olvidarnos del papel que ha jugado el encuentro anual “Voces del Extremo”, celebrado en Moguer, y coordinado año tras año por Antonio Orihuela. En esa misma línea, aunque de manera más modesta, podemos citar otros eventos distribuidos por todo el estado español, como los recitales organizados mensualmente en la librería Traficantes de Sueños en Madrid, las actividades organizadas en Sevilla por el colectivo La Palabra Itinerante, el espacio concedido a la poesía en el Encuentro del Libro Anarquista de Salamanca, el ciclo La Caja de Lot, organizado en Jaén, o los encuentros poéticos celebrados por los Bio-Lentos en Barcelona, casi siempre para apoyar luchas sociales o laborales.

Una labor que, vista en la distancia y desde arriba, se nos antoja ingente y que permite entender la buena acogida que, más allá del entorno militante, han cosechado antologías como Negra flama: poesía antagonista en el estado español, editada por la CNT de Jaén, o trabajos de análisis como Poesía de la conciencia crítica (1987-2011), elaborado por el mismo Alberto García-Teresa, y publicado hace un año por Tierradenadie Ediciones.        


Celebremos, por tanto, junto a los fracasos que se cosecharon al luchar, aquellos logros obtenidos tras años y años de determinación y esfuerzo. De hecho, no es menos incruenta la pelea por la hegemonía cultural. En ella, sin duda, nos jugamos mucho también. Sigamos pues plantando cara. 

- Artículo publicado en el periódico CNT (nº 406, diciembre de 2013).

martes, 24 de diciembre de 2013

2013: este es el libro


A última hora, de madrugada, un libro -no sé si con historia- irrumpe y me consigue. Sin balbuceos: lo mejor que he leído este año.

lunes, 16 de diciembre de 2013

La historia

El personaje no duerme. No ha dormido. Amanece con un nudo en el estómago y el rostro cruzado por el dolor. El sufrimiento es un reloj parado, una rendija de sol mordiéndole la espalda, un torbellino de imágenes sordas que giran sin parar y con denuedo.

Lo ves pasar la noche con los ojos abiertos. Le sacuden los recuerdos y le conmociona el miedo. El futuro es una bolsa negra, llena. Te metes en su cabeza. Es lo que ves:

Un hombre y una mujer pegando carteles, ateridos de frío.

Un hombre y una mujer pintando unas pancartas.

Un hombre y una mujer que se aman en la calle, que se aman en los bares, que se aman en el autobús, abrazados en su pequeña cama, en el sofá y el suelo del hogar que comparten durante unos meses.

Un hombre y una mujer que pasan los veranos trasnochando, tirados desnudos sobre el colchón donde apuran la madrugada viendo películas y escuchando a sus vecinos charlar.

Un hombre y una mujer que se gritan y se besan y se acusan y se aman y se insultan y se agreden y luego se arrepienten, lloran, se huelen y se aman, y después, cuando amanece, comparten un café que les sabe a esperanza y vida nueva, líquido amuleto o poción contra el desastre.

Una mujer y un hombre que beben en plena oscuridad, anhelantes y enfrascados en una conversación silente.

Un mujer y un hombre, abrazados por el cuello, justo antes de decir palabras grandes, poseídos por una emoción salvaje y unas ganas de vivir que queman, pero también asustan.

Una mujer y un hombre, cruzados, junto a una fuente, borrachos y sanados, al fin, sin más rencor ni reproches que arrojarse, presintiendo -acaso por primera vez- el valor de la humildad y el precio a pagar por lo que presuponen una falsa independencia.

Una mujer y un hombre que se despiden para siempre, aunque es un siempre a medias.

Entonces, el personaje se levanta del sofá, se tambalea. Está borracho y tiene ganas de vomitar. Cuando se mira en el espejo, el personaje se descubre recordando otro espejo más grande. Es lo que ves:

Un hombre y una mujer desnudos frente al espejo, manchados, resolviéndose en los postres mientras escuchan a Coltrane y terminan una botella de vino.

Una mujer y un hombre bebiendo cerveza en la cama, en una habitación donde pasó una madrugada entera leyendo los relatos que escribiera el año que creyó volverse loco. Hablamos de él.

Una mujer y un hombre que se separan y se encuentran y se vuelven a separar.

Un hombre y una mujer abrazados en una esquina... Poco después de que la viera con el pelo revuelto, agitándose como una bandera, la única -pensaba, piensa- por la que dejarse matar, y luchar la vida entera.

Un hombre y una mujer que auscultan el desierto de la precariedad, la crisis y el futuro hecho cenizas de los que no fueron tocados con la suerte de la cuna amable.

Una mujer y un hombre apoyados en la barra, contándose secretos, lejanos a pesar de todo y, no obstante, volcados sobre sí cuando la piel les tira y se descubren el uno al otro, intactos y expectantes.

Una mujer y un hombre discutiendo una vez más, de frente y sin tapujos, pero de forma limpia, sin ensanchar la herida, haciendo honor a sus pisadas.

Una mujer y un hombre que ya no pueden más, llenos de polvo y con la lengua seca.

Basta. El personaje estrella una antigua maldición en la pared. El daño es otro. El golpe es otro. El personaje recoge el equipaje. La suerte negra. Habla de ruinas... Ojos llenos de arena. Tan cansado como nunca antes... Quisiera que los pasos no le hubieran conducido allí. Ya no hay remedio. El tiempo es plomo y su piel no se dibuja. Cierra los puños. Traga saliva. La foto sigue en su sitio. Sabía que diciembre sería el mes definitivo. Esta vez no; ya no hay preguntas.  

La historia no se detiene. La historia se resuelve sola. Un paso adelante y después otro... Es fácil. Así tan siempre, aunque el siempre, a veces, acaba siendo una palabra a medias.  
  

sábado, 7 de diciembre de 2013

Persecución


En el sueño, el personaje emprende una carrera sin principio ni final. Tiene dos compañeros. El padre postapocalíptico que protagoniza The road y John Coltrane. Los tres escapan de una manada de perseguidores enfurecidos. Atraviesan calles desoladas, saltan muros gigantes, escapan por rendijas minúsculas abiertas como heridas en la piel de la ciudad. Todo se viene abajo. Ni siquiera la naturaleza es capaz ya de sobreponerse al caos.

En el sueño, el mundo se pliega sobre sí mismo. Puede ser que el sueño nazca de la lectura alucinada del libro del polvo. Coltrane se para. Mira a los otros dos. El personaje se detiene y tose, dobla la espalda y empieza a escupir sangre. El padre le pone la mano en la boca; le obliga a levantar cabeza. Aguzan el oído y escuchan gritos. Ya vienen... Los cristales de las ventanas tiemblan. Los tres se ponen de nuevo en marcha. Corren, apretando los puños y midiendo sus fuerzas; corren, mirando hacia atrás cada cinco minutos. Corren. Como si llevaran el fuego de Prometeo, corren. 

En el sueño, el personaje se repone de su extraña enfermedad. Le ves corriendo con una determinación salvaje. Coltrane es joven y nadie sabe quién es. Los tres tienen la convicción de que nunca darán con ellos. Los perseguidores morirán consumidos en su ansia insatisfecha. 

Mientras corren, miran hacia los lados de reojo. Los edificios caen, los árboles podridos se desploman sobre el suelo al paso de los corredores. Ni siquiera la noche consigue que se detengan. Al mirar hacia atrás, comprueban sin terror que los perseguidores han encendido antorchas. Una serpiente de fuego intenta darles caza. El personaje tose y se echa la mano a la boca. Se vuelve a manchar de sangre. Coltrane le mira y le grita que no pare de correr. El personaje escupe una vez más y aprieta el paso. A pesar del asco y la molestia, se siente cada vez más fuerte. No nos cogeréis vivos, dice. Llevamos el fuego, dice. El viento levanta una cortina de polvo que atraviesan como un cuchillo. Luego despiertas.